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Juan Gaitán

El ruido y la furia

Juan Gaitán

Los periódicos

Me he dejado la vida en los periódicos porque «en algún lado hay que dejársela», como decía siempre mi recordado maestro Manolo Alcántara, al que sigo echando muchísimo de menos y a quien casi todos los días, a esa hora en que declina la luz y va cayendo, sin daño ni ruido, la tarde, querría volver a llamar para escuchar un rato su voz, para acercarme a su afecto y, acaso, para irnos por ahí a insistir en la amistad.

Pero volvamos a los periódicos. Alguna vez he contado que probablemente todo comenzó, quizás, aquel día en que don Aurelio, a mis recién cumplidos seis años, descubrió que sabía leer bastante de corrido y me encomendó como primera tarea del día subirme de pie en una silla y leer el voz alta el diario para mis compañeros de clase. Quizás mi hermano del alma Rafael Maldonado se acuerde de aquello. Hay momentos en la vida que le marcan a uno para siempre, y es probable que don Aurelio marcara la mía indeleblemente con tinta de rotativa.

Y de ahí ya todo seguido. Como decía al empezar, yo me he dejado la vida en los periódicos y en ellos he hecho de todo. Aprendí el oficio de abajo arriba, que es como se aprenden de verdad los oficios. Llegué de «meritorio» y corté muchos teletipos y también los corregí, y a partir de ahí creo haber escrito absolutamente de todo lo que se puede escribir: entrevistas, reportajes, noticias, breves, pies de foto… Hasta el horóscopo alguna vez. Y como unas nueve mil columnas, si no llevo mal la cuenta, pongamos que nueve mil una con la de hoy, esta que estamos compartiendo usted y yo.

No tiene mucho mérito. Es lo que más me ha gustado hacer, ha sido el «trabajo gustoso», ese oxímoron que defendía Juan Ramón Jiménez, (trabajo proviene de «tripalium», un instrumento de tortura romano compuesto por tres palos a los que te ataban para azotarte y luego prenderte fuego). Pero, insisto, lo he hecho con gusto. Más que mis versos, más que mis novelas, a mí me ha gustado hacer periódicos, esos papeles volanderos que mueren y resucitan a diario (como la rosa del poema, el periódico vive mientras muere) y hacerlo siempre con la misma pasión del día primero, creyendo firmemente en que se puede escribir una página, una columna, un suelto, con alguna gracia, con algún talento, y conseguir que alguien te lea, y aunque rara vez me he sentido realmente satisfecho con lo que escribo, siempre he tratado de dar lo que tenía, de que ni por cansancio ni por prisas ni por hastío lo que le ofrezco esté por debajo de lo que puedo ofrecer. Usted, que tiene la paciencia de leerme, y el periódico, ese objeto sagrado porque es imprescindible, lo merecían así, valían la vida que me he dejado en el intento.

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