La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

Adiós

El inmunizado quiere abrir una puerta. Y la abre. La puerta que el inmunizado abre no es de madera, ni de hierro, ni de aglomerado, es una puerta de aire, figurada, una puerta metafórica. Desde hace unos días el Gobierno permite salir a la calle sin mascarilla y el inmunizado ha sentido tanta alegría al recibir el viento en su rostro que inspirado por ese hálito vital casi olvidado se ha parado un momento para reflexionar sobre el pasado con la intención de despedirse y a la vez dejar abierta una puerta hacia el futuro.

Antes de ser el inmunizado, el inmunizado recuerda que, al inicio de la pandemia, en la época del confinamiento, fue “el encerrado forzoso”, después, cuando pudo salir con restricciones, “el liberado a medias”, luego, cuando tocó ponerse la mascarilla, “el embozado forzoso”, a continuación, cuando recibió la primera dosis de la vacuna, “el vacunado a medias”, y, finalmente, tras recibir la segunda dosis, “el inmunizado”. Ahora, con media población vacunada y con la otra mitad a punto de serlo, con las fronteras permeables y, sobre todo, con la cara descubierta al aire libre, el inmunizado presiente el fin de la pandemia y el regreso a eso que llaman la vieja normalidad.

Con el fin de la pandemia el inmunizado considera que ha llegado la hora de despedirse. Eso sí, dejando una puerta abierta al futuro. El inmunizado tiene muchas cosas que contar, porque la realidad lo asalta con infinidad de posibilidades para elaborar sus productos literarios: una guagua que pasa con la palabra “canariedad” pintada sobre su chapa da pie a reflexionar sobre la identidad como souvenir y la identidad edificada sobre un sistema educativo sólido y exigente; una compra de supermercado que acumula ingentes cantidades de plástico es una llamada de atención sobre lo plasticosa que se ha convertido la vida toda; un tipo que conduce solo y con mascarilla ¿será un ladrón o un maniático descerebrado?, las playas desiertas aprovechan y se quitan la mascarilla de cemento que sobre ellas han construido y respiran con alivio, los botellones son tristes algazaras de la nada urbana, una hormiga saborea un grano de azúcar y el dueño de Amazon, en lugar de detenerse a observarla con lupa, se muere por satisfacer el frívolo capricho de ver la tierra desde el final de la atmósfera que contamina.

El inmunizado tiene muchas cosas que contar y por eso en su despedida desea dejar una puerta abierta hacia el futuro. Pero no quiere decir adiós como “el inmunizado” sino con un nombre que le deje el camino preparado para las circunstancias y los sucesos imprevistos que surgirán en la emergente vieja normalidad nueva, un nombre que le permita renacer con coherencia literaria. Porque, aunque al final de un ciclo, el inmunizado cree que el regreso a la vieja normalidad no será tal, sino más bien un ingreso a una vieja normalidad nueva, parecida a la anterior, pero no igual, llena de peligros y de zozobras. En el transcurso de los ya muy numerosos meses pandémicos ha quedado meridianamente claro que las certezas tienen un carácter en extremo volátil y caprichoso.

El inmunizado requiere al narrador para que le dé una denominación novedosa, que le ofrezca la posibilidad del regreso, un nombre acorde con ese futuro que se va colando por la puerta abierta por la que entra un aire desembozado e incierto. Y el narrador, que es complaciente, se dispone a ello. ¿Pero qué nombre? Ha de ser un nombre sugerente, positivo, ilusionante. No es fácil eso de dar nombres, y menos aún cuando la quinta ola crece y se discute sobre la mejor manera de surfearla. ¿”El normalizado”? ¿”El renormalizado”? ¿”El aireado”? ¿”El nuevonormalizado”? ¿”Elviejonormalizadonuevo”?

El inmunizado es un idealista romántico y al mismo tiempo un realista prágmático. Sabe que el futuro oreado que desea viene amenazado por la contaminación del pasado que se quiere colar por la puerta del futuro. Pondrá en juego las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, y después abrirá de par en par ese pórtico con el nuevo nombre que el narrador le dé. Ahora el inmunizado se despide y dice adiós, pero será más adelante, cuando el narrador le encuentre el nombre adecuado para las circunstancias imprevistas que se vislumbran desde la cancela medio abierta, entonces será cuando se despida cabalmente, de verdad, y dirá el adiós definitivo que a todos llega.

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