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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Vacaciones

Llega un segundo agosto anormal, con el añadido de que todos teníamos las esperanzas puestas en que fuese un mes ordinario de un verano cualquiera del mundo de ayer, valiéndonos del título de la autobiografía -o lo más parecido a ella- que escribió Stefan Zweig. Así y todo, con la salud en estado de temor permanente, no estamos dispuestos a renunciar a las vacaciones, aunque parte de las mismas se nos vaya con la cabeza puesta en la pérdida de los privilegios del pasado; regalías no valoradas en su momento pero que ahora deseamos, incluso hasta con la fuerza del que piensa que tardarán mucho en retornar.

Inimaginable era décadas atrás la rapidez con la que nos ponemos hoy día no sólo en destinos remotos, sino en otros más cercanos pero que estaban sometidos a la precariedad de la conectividad. Lo que no aparecía en el horizonte más cercano es que las vacunas exigibles para viajar a un lugar africano o asiático se convirtiesen ahora, de la noche a la mañana, en un requisito para poder pasar una semana en un complejo de apartamentos, en un hotel o una lujosa villa.

El cambio de ciclo de la pandemia ha traído consigo una homogeneización de la vulnerabilidad sanitaria, de manera que lo remoto ha perdido la exclusividad de territorio peligroso lleno de incertidumbres, mientras que lo cercano y asequible ya no puede esgrimir su garantía de seguridad, a no ser por su capacidad hospitalaria para atender con mejores medios a un paciente-turista que contrae el coronavirus. Factor, por otra parte, no tan consolidado dado que todo dependerá finalmente del nivel de presión hospitalaria, cuyo marcador viene dado por la mayor o menor atención de contagiados en las Ucis.

En el primer verano de la pandemia no existía la vacuna y la socialización de las PCR todavía no había llegado. Fueron unas vacaciones cercadas por las medidas del confinamiento domiciliario, con unas condiciones durísimas frente al agosto que ahora arranca. Hay en este descanso una desescalada más allá de la impuesta por el miedo al contagio, no sólo una redimensión del tiempo o de los kilómetros que se van a recorrer: siempre cerca es mejor, nunca se sabe.

La pandemia en resistencia encoge las pretensiones del pasado trasladándolas al ámbito de la humildad, seres débiles que nos contentamos con las migajas que el huracán nos deja a su paso y dispuestos a echar por encima de los nuestros un caparazón protector. Los felices veinte que se vaticinaban tras los estragos de la enfermedad quedan pospuestos para una fecha desconocida. Lejos del mundanal confeti o del gran gatsby quedan referencias tan íntimas como el ruido del mar, una lectura mágica, el canto de unos pájaros, una conversación con una copa de vino... Lo complicado es elegir bien bajo presión, sobre todo porque el abanico se ha reducido y ya no somos nuevos ricos con las vacaciones.

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