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Camilo José Cela Conde

Consulta

El referéndum organizado por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador –conocido por sus siglas, AMLO– es un ejemplo perfecto de lo que supone la distorsión de la democracia llevada a cabo por el populismo. Con una participación ridícula, de menos del 7% de los posibles votantes, AMLO ha asegurado, por boca del presidente de su partido (Morena, Movimiento de regeneración nacional), que la consulta ha sido un éxito «pese al boicot de los nostálgicos del neoliberalismo» y que va a crear desde el Gobierno una «Comisión de la Verdad de la mano con las víctimas» y otra comisión «contra la impunidad de los crímenes económicos del neoliberalismo». Dicho de otro modo, que va a hacer lo mismo que se sacaba a consulta pese a que cuente solo con el apoyo del 6% de los mexicanos que estaban en condiciones de votar. En la práctica, eso supone investigar las decisiones que tomaron siendo presidentes los cinco que le antecedieron en el cargo, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Aunque ninguno de ellos parezca estar preocupado en lo más mínimo por la comisión con la que AMLO les amenaza, el episodio indica bastante bien el concepto de democracia que aplica el populismo, más que conocido por cierto aquí, en España. Consiste en organizar consultas ciudadanas y dar por bueno el resultado –siempre que favorezca las tesis de quien las convoca– sin necesidad de establecer un mínimo quorum de participación que dote de algún viso de legalidad a la medida. Es en esencia lo mismo que hicieron los promotores de la consulta soberanista del 1º de octubre de 2017 de la que se ha derivado un proceso judicial por supuesta malversación de fondos públicos.

Pero aunque no se hubiese malgastado ni un solo euro, ¿qué sentido democrático tiene utilizar como coartada un referéndum al que acude una parte ínfima de la ciudadanía? El argumento compartido por AMLO y los líderes del proceso soberanista catalán apunta a que los pocos votantes dieron un apoyo abrumador a la iniciativa ofrecida: más del 90% en ambos casos. Algo que se acerca tanto a los usos y los resultados de las dictaduras cuando montan consultas populares que, por sí solo, debería hacer que cundiesen los temores y las sospechas.

La democracia no tiene nada que ver con pachangas verbeneras, consultas sesgadas o interpretaciones ventajistas. Exige procedimientos serios que contengan, entre otras cosas, el respeto escrupuloso de un quorum capaz de legitimar cualquier referéndum. Hay que definirlo de antemano como garantía para la protección de los ciudadanos y no debe ser nunca modificado a la baja ni siquiera unos pocos puntos. Cuando hablamos de una participación que no llega ni siquiera al 10%, apaga y vámonos.

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