La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Leo Farache

El arte de comunicar

Leo Farache

La brigada de la seguridad absoluta

Es tan asombroso como preocupante que existan tantas personas seguras al respecto de tantas materias diferentes. Son personas capaces de afirmar con rotundidad el origen y evolución del virus, las causas y consecuencias del cambio climático, el devenir de la economía. También son capaces de recomendar (casi obligar), sin duda alguna, los estudios que un hijo debe elegir o diagnosticar con tanta simpleza como rotundidad la solución a un problema - aparentemente psicológico- para el que ellos no necesitan haber estudiado nada; tienen un conocido que “le ha pasado lo mismo que a ti. Te lo digo yo”.

Dudar está mal visto o eso creen que los que nunca dudan. Salen de casa impregnados por un mantra: “El titubeo es sinónimo de debilidad. Decir “no sé” produce desconfianza”. Cuando el político o el periodista llega al plató de televisión opina con aplomo sobre todo lo que se le plantea, aunque de alguna materia no sepa nada. Los ciudadanos de a pie nos dejamos contagiar por esa seguridad mediática y acudimos a nuestras conversaciones cargados de titulares (“lo he leído, lo he oído, lo he visto en Internet”), de referencias hiperbólicas y contrastadísimas (“lo dicen todos los médicos, todos los científicos del cambio climático, lo sabe todo el mundo” o la mejor de todas, que se utiliza para rebatir un argumento: “yo eso, nunca lo he visto” – como si eso fuera garantía para desacreditar a quien sí lo ha hecho o hacer entender que lo que se expone es imposible).

En algunas ocasiones, todos los que conversan en un grupo muestran el mismo nivel de seguridad. En ese caso, es deseable que los puntos de discrepancia sean pocos, menos que los de acuerdo. La discrepancia suele acabar con un: “después lo miro (en Google, se entiende) y te lo envío”; una especie de amenaza que la mayoría de las veces no suele concretarse. La discusión sobre esa discrepancia también puede prolongarse porque dos contendientes busquen en directo – en ese preciso momento- reseñas que avalen sus contradictorios puntos de vista. Salvo que se trate de un dato objetivo (el año del descubrimiento de América, por ejemplo), ambos encontrarán fuentes más o menos fidedignas (la calidad de las fuentes les importa un bledo) que acrediten que sus argumentos son los ciertos. Las discrepancias son infrecuentes porque normalmente los que se juntan lo hacen por algo. Ese algo es pertenecer al club de las mismas ideas. El frecuente acuerdo entre los reunidos logra dotar de un plus de vigor a sus ideas gracias a una recíproca retroalimentación (“estoy completamente de acuerdo contigo y además…”)

En otras ocasiones, en cambio, algunos de los presentes (son muy minoritarios) escuchan mucho, pero hablan poco. Son conversadores que piensan que los temas que se plantean son interesantes pero que su falta de conocimiento les impide manifestarse con la seguridad que otros lo hacen. Inicialmente escuchan atónitos, divertidos. La seguridad abrumadora resulta ridícula y, por tanto, graciosa. A medida que la conversación transcurre, alguien reclama que participe: “Estás muy callado. Opina, ¡que es gratis!”. El aludido contesta, transmitiendo sus dudas sobre lo expuesto. Incluso se atreve a manifestar “que podría ser que estuviera de acuerdo” con un argumento con el que los demás están en desacuerdo. Sus palabras, llenas de moderación, resultan, precisamente por eso, incómodas al resto del grupo. Hacerle caso supondría dar al traste con todo lo hablado anteriormente, renunciar a un estilo de vida (el de estar siempre seguro de todo). Tras su única alocución, se produce un breve silencio. Los componentes de la brigada de la seguridad absoluta vuelven al ring de su conversación sabiendo a quien no van a invitar a la siguiente reunión.

Compartir el artículo

stats