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Juan Cruz Ruiz

Testigo de calle

Juan Cruz Ruiz

Esperando a Godot, despidiendo a Messi y otros azares del fútbol

Hay tantos buenos tratadistas escribiendo del fútbol de nuestros días, con la vista puesta en Lionel Messi, que se va del Barça, que francamente me da apuro tomar la pluma aquí, en estas páginas, para acometer yo mismo igual propósito. Me ocurre esto no por desdén a este deporte que nunca reposa, y que ahora, para que sigamos viendo a Pedri, héroe actual de nuestras vidas, es parte gloriosa (en el caso español) de las olimpiadas.

Me pasa por eso mismo, porque el fútbol es importante para mi personalmente, lo sigo desde que era un chiquillo, pegado a la radio para saber del Barça, que fue muy pronto mi equipo, hasta que en la escuela me firmaba, tan pretencioso e ingenuo, Juan Azul Grana. Lejos de disminuir con el tiempo, esa pasión que me costó más burlas que alegrías en la adolescencia en que el Real Madrid era el rey del barrio, aumentó en épocas sucesivas hasta ser motivo de enorme alegría y de depresiones infinitas hasta hace por lo menos un año, cuando aquella humillante derrota ante el Bayern en Lisboa.

Como en 1961, cuando el Barça de Ramallets y de Kubala y de Luis Suárez cayó en Berna ante el Benfica de Eusebio, aquella derrota ante el Bayern en Lisboa (2-8, duele escribirlo) me sumió el año pasado en un mutismo que sólo interrumpí, lo recuerdo, para escribir aquí mismo un artículo sobre escritores canarios. El que hizo más visible los resultados de la humillación fue Messi, el líder que durante veinte años ha hecho de su camiseta un emblema aun más sólido que el estandarte que fueron aquel Kubala y el más próximo Johann Cruyff.

Tras aquella derrota ominosa, justa y terminante, el Barça se quedó tiritando, y no sólo la afición o sus jugadores, sino la siempre estólida directiva, que en el caso del fútbol es la parte del juego que parece que menos sufre, pues siempre busca algoritmos que la salven de la quema. Esta vez Messi apuntó como culpable necesario de aquel desastre, cuyas consecuencias se viven ahora como si fuera el pozo del que no ha salido el Barcelona, a Bartomeu y los suyos. En un burofax que ahora podría exhibirse en el museo virtual de los fracasos del fútbol, anunció una retirada que entonces no tuvo lugar. Vino, para acabar con aquel desastre directivo, Joan Laporta, que parecía el rey mago del futuro y se sacó de la chistera algunas soluciones que Messi aceptó, hasta que todo se fue, de la noche a la mañana, por la barranquera de la mayor burocracia nacional, LaLiga Española. Esta banda musical del fútbol de despacho arbitró un partido desigual, el Messi-Barcelona de 2021, y bajó el dedo gordo para precipitar una salida que es la más dramática de todas: al ser imposible inscribir al genio argentino, el club no tendrá más remedio que renunciar a él.

Esta última precipitación de los hechos es, lógicamente, un drama futbolístico, no sólo para el Barcelona, sino para la Liga cuyos augures han dictaminado que lo que Laporta había ideado con la familia del jugador no encajaba en sus márgenes de posibles arreglos. Se ha dicho, y es previsible que sea así, pues LaLiga está al caer, que esta ausencia tan onerosa será un desastre para la competición, porque ahora más que nunca el fútbol son derechos y retransmisiones, público comprando partidos para llenar sus miércoles, sus sábados, sus domingos y, en la actualidad, lunes y martes y hasta jueves y viernes. Y sin Messi (ni Cristiano Ronaldo, ay, madridistas) esto no es lo que era… hasta hace casi nada.

Ante este hecho tan ominoso de nuestras vidas (de mi propia vida, por tanto) llegué a pensar, cuando parecía que se iba produciendo sin otro remedio que el fracaso en las negociaciones, que me sobrevendría otro periodo de abstinencia y melancolía como aquel de Berna o como el más próximo de Lisboa. Y no ha sido así, ignoro si por fatiga de materiales o porque ya me tiene harto este tira y afloja futbolístico en el que los despachos son incapaces de resolver un jeroglífico y se atragantan con un simple crucigrama.

Así que, cuando mi amigo Alejo Stivel, que es más del Barça que Laporta, hizo asomar sus lágrimas en sus memes de wasap, se quitó su chaqueta de fundador de Tequila, cambió la música por el llanto y me anunció que “Messi ya no está más”, me pasó como a aquel incrédulo futbolista brasileño del Barcelona que, al ganar una champions en París, empezó a dar vueltas por el campo como si no se creyera la alegría. En mi caso, lo que no llegué a creerme fue mi propia tristeza.

Se va Messi. Como dijo este sábado en As Abrasha Rotenberg, escritor, editor, nonagenario argentino, padre por cierto del otro componente de Tequila, Ariel Rot, lo que tendría que haber hecho el futbolista, ya que comparte con el Barcelona esa gratitud que dice deberle al fútbol que aquí ha practicado, es quedarse por casi nada viviendo hasta el fin de sus días deportivos en Casteldefells, donde vive aun con casi toda su familia y con sus niños. Eso no va a ocurrir.

El fútbol es un deporte (olímpico incluso), pero está regido, como casi todo en la vida, como la religión, por ejemplo, por el maldito parné, y Messi no es ajeno a esa ley que marca el metal de papel en torno al cual giran las voluntades y los fichajes, e incluso los gritos de amor a los equipos y a las camisetas. Así que Messi se va y no hay vuelta de hoja.

En este caso no se puede decir que se va y, como en los versos famosos, se quedan los pájaros cantando, pues los pájaros (Laporta entre ellos, pero también Koeman, y muchos aficionados entre los cuales, naturalmente, estoy yo mismo) están, estamos, muertos de miedo. Ese miedo durará lo que el primer gol del nuevo Messi, pues siempre ha habido otro Kubala, otro Cruyff…, de modo que también habrá otro Messi que será idolatrado por los chicos que, en la adolescencia, abrazarán esa camiseta, o cualquier otra, creyendo que el fútbol es una religión y un abrazo y, además, un afecto eterno.

Mi amigo José Luis Fajardo, uno de los artistas al que más admiro, me explicó un día de dónde le vino a Samuel Beckett el título Esperando a Godot. Pensé primero que ese origen, que es totalmente verídico, lo había sacado el gran pintor de su mente feraz. Pero es cierto. Beckett, gran aficionado al ciclismo, esperaba a que terminara una etapa del Tour rodeado de parroquianos de un pueblo francés. Acabada, según su apreciación, esa parte de la carrera, preguntó a quienes esperaban con él qué hacían aún si ya no habría nada más. Le dijeron: “Estamos esperando a Godot”. Godot era el más lento de los ciclistas y era de ese pueblo, así que lo esperaban sus paisanos hasta cuando llegara. Desde que Messi se ha despedido yo he decidido esperar a Godot, o a quien sea, pues el fútbol no se acaba nunca siempre que haya alguien por quien esperar y sea de tu equipo. Ahora mi ilusión es Pedri, y ojalá que a Messi le vaya bien, por cierto, parece que en la tierra de Godot, pero ese futbolista que va a sucederle proviene de Tegueste y es ya la ilusión de nuestras vidas.

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