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Ver, oír y gritar

Los seis meses de Biden

El inquilino de la Casa Blanca cumple seis meses desde que aterrizó allí su avión demócrata. El presidente Joe Biden hizo promesas y las está «cumpliendo». Suma puntos metiendo el balón en la canasta, y ya se han creado tres millones de empleos, un récord olímpico que la pandemia ensombrece en uno de sus peores momentos. Un camino cuesta arriba constante y cien millones de individuos que no se han vacunado aún pese a los incentivos existentes. Cerveza gratis, hamburguesas y patatas fritas… Ya puestos, deberían regalar grajeas para el colesterol.

Los negacionistas siguen, y el casi todo vale se instala al igual que en otros países, con las dramáticas consecuencias conocidas. Los esfuerzos en esta lucha son desiguales. Y el impacto de la emergencia de salud repercute en el sendero de una economía que busca salir de la crisis. Biden se aleja de Trump y enarbola la bandera del liderazgo internacional y un sifón antincendios. Proclama que «Estados Unidos ha vuelto».

Esa política exterior ha acogido nuevamente el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Se echa leña al fuego y el cambio continúa hacia delante con la crónica de una tragedia anunciada si algo no lo remedia, como acelerar la transición económica que pregona el Gobierno español. Biden ha evitado que su país saliese de la Organización Mundial de la Salud, la cual debe ser reformada y necesita un plan de rejuvenecimiento y cercanía. Dejar de ser una estructura tan costosa y llena de burócratas, que se nutre de donantes privados y de la industria farmacéutica, cosa que resulta inaceptable.

Seis meses después de su llegada a la presidencia, el problema de la inmigración persiste. Cada vez hay más familias separadas y arrestadas en insalubres centros de detención. Casi dieciocho mil menores llegaron sin compañía. Los republicanos, con su neoliberalismo en el bote, abuchean a Joe Biden, y los demócratas del ala izquierda no están felices. Las políticas sobre Cuba son iguales que las de Trump con el bloqueo, que acentúa las dificultades y carencias en la isla. Van seis décadas de restricción al comercio, entre otros detalles.

Una presión para que el gobierno cambie. No todos los problemas son causa de los efectos de las sanciones. En ese sentido, también cuentan los errores de política económica del régimen cubano. En el ámbito de los ecos del estallido social, de la crítica situación pandémica y con el turismo desplomado, Cuba autoriza los pequeños y medianos negocios particulares de hasta cien trabajadores, pretendiendo seguir la actualización de su modelo económico.

Biden quiere demostrar a los regímenes autocráticos que la democracia es mejor. Lo es sin duda, pero es preciso que funcione eficazmente en el marco de un sistema justo, equilibrado. Ahí están las colas del hambre en Estados Unidos. La sanidad es solo privada. La mayoría tiene seguro médico a través de su empleador, y únicamente los pobres optan a un servicio médico gubernamental. Biden, que fue vicepresidente de Obama, ha ampliado la cobertura sanitaria para volver a la situación anterior a Trump. Las aseguradoras siempre ganan. Y de qué forma aprovechando la presencia del virus.

Respecto a las relaciones con Rusia y China, cuya unión entre ambas naciones está consolidada, se trata de sostener la hegemonía mundial estadounidense. La superpotencia dominante. Y no permitir que otros sean los mayores motores del crecimiento económico global. Biden mete miedo con determinadas maniobras y alardea de derechos humanos. No se olvide que el penal de Guantánamo sigue en pie con treinta y nueve personas torturadas de otras naciones. El presidente prometió cerrar la controvertida instalación, símbolo de la «guerra contra el terrorismo global» en la etapa de Bush, con su inmoral y erróneo enfoque antiterrorista, una alianza en la que estuvieron Blair (arrepentido posteriormente) y nuestro adorable Aznar, que continúa impartiendo lecciones de ética sin sonrojarse.

«Queremos una relación estable y predecible con Rusia», dice Biden. Estrecha la mano a Putin mientras miran al tendido. Su hoja de ruta consiste en invertir en el desarrollo tecnológico, sabotear el acuerdo integral de inversión entre Europa y China y reconstruir un «mundo mejor» ayudando a los países en desarrollo. ¿Inversión sin ánimo de lucro frente a la «inversión depredadora» china? El guion incluye el menosprecio a los demás, incluyendo a Europa, y una tóxica relación que debilite a quien se ponga por delante. O forzar que China invierta más en armamento en vez de seguir su batalla contra la pobreza y los proyectos de infraestructura a nivel mundial.

Biden pretende fomentar un capitalismo liberal dentro de China, no la búsqueda de las libertades políticas, y convertir ese país en otra India, donde existe libertad para vivir en la miseria. Parecida a la fraudulenta libertad patrocinada por Díaz Ayuso en Madrid. China, principal rival estratégico y comercial de Estados Unidos, se convierte en el enemigo a batir. No es una guerra ideológica. Aquello de «conmigo o contra mí» lo ha acogido amorosamente en sus brazos el defensor de este orden internacional basado en reglas. Las reglas, sobre todo, estadounidenses. Más o menos lo de siempre. Por si fuera poco, la Rojita perdió el oro en Japón, y Messi hace el hatillo con rumbo a París. ¡Todo por la pasta! Lo habitual en todos los casos.

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