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Ángel Tristán Pimienta

Desafío canario al borde del abismo

"El informe (de la ONU sobre el cambio climático) es un código rojo para la humanidad. Las señales de alarma son ensordecedoras y las pruebas son irrefutables”. La advertencia del Grupo Intergubernamental de Expertos de primeros de agosto coincide con una insufrible ola de calor mundial. Los incendios se disparan en todo el planeta. El hielo comienza a desaparecer de Groenlandia y de Siberia; los glaciares se derriten. Los efectos, advierte Naciones Unidas, serán irreversibles durante cientos o miles de años. Ya hay que parar. “Solo una reducción enérgica y duradera en la reducción de gases de efecto invernadero puede limitar su alcance”.

En principio lo que es incomprensible es que frente a todas las evidencias científicas el negacionismo engreído le haya podido torcer el brazo a los que con la ciencia como bandera advertían del peligro. Ya decía Michel de Montaigne que “nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis”. Todos los sabios han venido advirtiendo desde el principio de los tiempos de la importancia de los idiotas. “Algunos pueden llegar a presidentes”, decía no me acuerdo quién. Einstein, en una de sus frases más famosas, afirmaba que hay dos cosas infinititas: “la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.

Podría entenderse que hace cincuenta años se mirara para otro lado, aunque ya los expertos anunciaban la catástrofe climática. Pero con la entrada del siglo XXI habían desaparecido las dudas. Lo que quedaba era negacionismo puro y duro, malvado, en realidad, en su mayor parte financiado por los grandes conglomerados petroleros.

En 2007 el ex vicepresidente de Clinton Al Gore publicaba su libro ‘El ataque contra la razón’, en el que desvelaba la conspiración dirigida a mantener el negocio de los combustibles fósiles, al precio que fuera.

Por lo general la derecha mundial, salvo algunas excepciones que corrigieron a tiempo el rumbo colisión, se apuntaron a las filas del que todo siga igual que no es para tanto. Otros, como Trump y Bolsonaro, aplicaron eso de que si no quieres arroz Catalina, más barriles. El inquilino de la Casa Blanca abrió las puertas de Alaska a las perforaciones (y se salió del acuerdo de París para más inri) y el brasileño aumentó el proceso destructor de la Amazonia, el gran pulmón del planeta. Las chimeneas siguieron soltando humo en nombre del progreso. Otros países en vías de desarrollo, o en proceso de ello, plantean que ellos también tienen derecho a industrializarse. Ergo sum, a seguir contaminando. Entre unos y otros vale el ejemplo caricatura de la burra del gitano, que entre todos la mataron y ella sola se murió.

Hasta hace poco en España en PP descalificaba el peligro inminente diciendo que eran fantasías y excentricidades progres. La derecha española ha sido experta en ponerse en el lado equivocado por una reacción primaria. Si la izquierda dice una cosa, aunque sea lo más sensato del mundo, los conservadores de inmediato se ponen en contra. Por ejemplo, José María Aznar en 2008 cargaba contra “los abanderados del apocalipsis” a los que acusó de querer restringir la libertad. Quizás ahí Isabel Díaz-Ayuso tomó sus primeras cañas libertarias. En 2019, el ex presidente popular volvió orgullosamente – con énfasis- a las andadas acusando a los que “hacen alarmismo climático’ de destrozar a las sociedades libres y “condenar a millones de personas a la pobreza y la desesperación”. También Casado, en una línea argumental muy parecida, acusa a Sánchez de usar la pandemia para restringir libertades. Así nos va.

Y Mariano Rajoy, más de lo mismo, aunque si primero lo negó con desdén, en 2007, cuando citó a su primo, al que hizo famoso por decir tonterías, luego en 2015 se desdice y considera al cambio climático “el mayor reto ambiental”.

Pero en 2013, solo dos años antes de su conversión, da un monumental paso atrás. La Ley de Costas de1988 (Felipe González. Javier Sáenz Cosculluela) fue un visionario monumento de sensatez… que en todo lo que tenía de previsión ante el cambio climático, como aumentar la franja de protección litoral de los 20 metros a cien, fue corregida por el revisionismo del PP que regresó al pasado. Hoy, se está pagando el error. Y la soberbia.

Los negacionistas son inmunes a las evidencias científicas. Hay una regla de tres simple, muy simple, que no falla: mientras más evidente y más grave sea un problema y más de sentido común y más avalada por el estado de la ciencia su solución, mayor y más enérgica es la negativa a reconocerlo. Ahí siempre entra en escena el ventilador de conspiraciones y la ‘mano negra’. VOX pesca votos en el mundo paranormal de los que creen que las vacunas llevan un chip y que el covid es una gripecilla…. Y en el que aún cree que el tabaco no mata y que eso del clima es una conjura de progres histéricos y rojos confesos.

Frente al ejemplo europeo, que aunque tarde ha decidido apostar masivamente por las energías ‘verdes’ –ahí están las líneas maestras del gigantesco ‘plan de reconstrucción’ post pandemia- se mantienen islotes de cerrazón mental compatibles con un reaccionarismo político que coincide con el ‘ideal’ y las doctrinas de multinacionales sin escrúpulos, a las que desnudó Al Gore.

Como dice una célebre sentencia atribuida a Eduardo Galeano, aunque otros se la adjudiquen a San Juan Bautista de la Salle: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, habiendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Canarias, sus poderes públicos y sus ciudadanos, por su propio interés y supervivencia, tiene que ser consciente de ello. Mucho me temo que en pocos años, junto al mar, muchas recepciones de hotel serán ‘spas’ de agua salada. Y que los incendios cada vez más frecuentes por los calores extremos calcinen y deserticen esta tierra.

Ese es el gran desafío canario. Como alerta Naciones Unidas, ahora o nunca. Recuerden: más hacen votos que mangueras.

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