La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José A. Luján

Piedra Lunar

José A. Luján

Adolfito, en su nube de palomas

La biografía de Adolfito se nos presenta como un atractivo relato de verano. Y es que en las comunidades pequeñas, los personajes forman una especie de mural con el que los nativos se sienten identificados de manera cercana y familiar.

En aquel lejano caserío sobresalían algunos personajes que se manifestaban de la manera que la naturaleza los había colocado en este mundo. Aún se recuerda a un personaje que todos conocían como Adolfito. El nombre implicaba no solo cariño, sino un grado de infantilismo que parecía que se acrecentaba con el paso de los años. Pertenecía a una familia de arraigo en la localidad, los Sosa, que vivía en el barrio denominado Debajo del Risco, al final del camino que conducía al vecino pueblo de Tejeda. Al borde de este camino, en el lugar denominado Lomito de los Quintana, los progenitores de Salvadorito Sosa construyeron junto a las cuevas una vivienda en mampostería que sobresalía en el perfil de aquel lomito.

El matrimonio formado por Salvador Sosa Quintana y Juana Suárez, procrea varios hijos que fueron Lola, Fabiola, Carmen, Salvador, Manuel y Juan. El matrimonio acogió al pequeño Adolfo que en su adolescencia se convirtió en Adolfito, un personaje inserto en la comunidad artenarense.

Su vida transcurrió entre el domicilio familiar y el casco del pueblo. Vestía con chaquetilla y pantalón de dril, tela de color gris, usada de manera general por jornaleros y trabajadores. La chaquetilla no tenía solapa y la botonadura llegaba hasta el cuello. Tenía un sombrero de fieltro negro y unas botas de cuero suave. Usaba un sobretodo o pañoleta de color negro, con flecos, que en verano se ponía encima de los hombros y en invierno se cubría la cabeza.

Era muy aficionado a coleccionar anillos, y las mujeres no podían descuidarse en su propia casa porque podrían desaparecer. Visitaba nidales ajenos y con el trueque de los huevos adquiría galletas que eran su principal golosina.

En los inicios del turismo en la isla, a comienzos de la década de 1950, los miércoles llegaban puntualmente al casco del pueblo cuatro o cinco microbuses con turistas. Adolfito se prestaba a orientarlos hasta la ermita de La Cuevita. Un guía muy elemental, aunque por ello recibía abultadas propinas. Esos «honorarios» los invertía en galletas y «uvas pasas» que adquiría en las tiendas del pueblo.

Se prestaba a hacer los recados que le indicaban los vecinos como llevar en la cabeza, apoyado en una ‘redondela’, un saco de gofio que retiraba del molino, o cacharros con agua que llenaba en el pilar de La Plaza, o la correspondencia y el periódico que llegaban en el coche de hora a las cinco de la tarde. En el pueblo decían que, merced a su herencia, y sin él saberlo, era un hombre rico ya que era dueño de una de las faldas o laderas del Bentayga poblada de almendreros que alcanzaba hasta el Barranco Grande. Tras su fallecimiento, los sobrinos no se pusieron de acuerdo en el reparto de dicha propiedad. El conflicto jurídico se comió la herencia del tío Adolfito.

Era muy aficionado a las palomas y en su casa tenía un palomar. Esa afición le valió el sobrenombre de Adolfito pichón. Los muchachotes del pueblo lo llamaban de esta manera para escuchar sus respuestas que no eran precisamente laudatorias al referirse a sus respectivas madres.

Un personaje con este perfil fue la atracción del abogado y escritor, exdirector de la provincia don Santiago Aranda así como del pintor de los murales de la iglesia, José Arencibia, quien lo inmortalizó como uno de los personajes que asisten a la Ascensión del Redentor en el altar mayor de la iglesia de Artenara.

Adolfito falleció una tarde del mes de abril del año 1963, en un accidente fatídico. Todas las tardes solía caminar por el sendero que conducía a Juan Fernández. Era una tarde de mucho viento. Estando tomando el sol, sentado en una piedra situada en el borde del camino, a la altura de la Huerta Grande, el fuerte viento le arrebató la pañoleta que salió volando hasta quedar trabada en una pitera. Adolfito trató de recuperarla pero el viento lo empuja por el cercano precipicio hasta dar con su endeble cuerpo a unos doscientos metros del camino. La pañoleta fue la señal que indicó al guardia municipal, Celestino Gil Cabrera, que el ángel que fue Adolfito en vida, estaba en aquel momento derrumbado en una ladera de las montañas de Artenara. Poco tiempo después, una pequeña cruz de madera, con la inscripción de su nombre en los brazos, fue colocada por don Santiago Aranda en las inmediaciones del lugar en el que pereció Adolfito.

Compartir el artículo

stats