La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Papel Vegetal

Joaquín Rábago

El desastre afgano

Estados Unidos ha fracasado una vez más en su auto-atribuido papel de gendarme universal y deja una situación caótica en el país al que supuestamente iba a llevar los “valores democráticos” de Occidente.

Los talibanes avanzan por todo Afganistán sin encontrar apenas resistencia por parte de unas Fuerzas Armadas en cuya formación y armamento la superpotencia gastó en veinte años dos billones de dólares.

Los miembros del Ejército afgano apenas ofrecen resistencia. Les falta al parecer motivación y bien huyen o se rinden por la cuenta que les tiene.

Ya han conquistado numerosas ciudades y, si la aviación estadounidense no lo remedia, la caída de la capital del país, Kabul, es sólo cuestión de tiempo: tal vez días o semanas.

¿Acaso, con todos los servicios de espionaje y análisis de que dispone la superpotencia, esperaba los norteamericanos otra cosa? ¡Ilusos!

Washington ha anunciado el envío de cinco mil soldados para ayudar a la salida ordenada de la mayor parte del personal militar y diplomático que sigue en la capital y evitar tal vez escenas de pánico como, en su día, las de la caída de Saigón.

Para el presidente Joe Biden, el futuro del país es ahora responsabilidad y depende exclusivamente de los afganos.

¿Por qué han tardado tanto los políticos de Washington en llegar a esa conclusión? ¿No le habría ahorrado además al país tantas pérdidas humanas, a las que hay que sumar las de los aliados a los que arrastró en esa insensata aventura?

Pero sobre todo, ¿cuál fue la motivación real de la intervención militar en Afganistán? ¿Se trataba ante todo de infligirle un castigo ejemplar por haber dado cobijo al principal responsable del derribo de las Torres Gemelas, el saudí Osama Bin Laden?

Eso es al parecer lo único que se consiguió, pero ahora ni siquiera van a poder sacar provecho las empresas norteamericanas que se dedican a reconstruir países antes destruidos. Aunque ya lo sacaron, ¡y cómo!, los fabricantes de armas.

Más de 241.000 muertos afganos después (de ellos más de 71.000 civiles), a los que hay que sumar más de 3.500 soldados de la OTAN, Afganistán vuelve a estar como estaba antes de la invasión.

Los talibanes se hacen con el control de las ciudades e imponen allí su ley draconiana: las mujeres se ven obligadas a llevar ese burka que las convierte en invisibles; se las prohíbe en muchos lugares salir de casa y vuelve a regir en todas partes la brutal sharia.

El 80 `por ciento de los afganos son campesinos, y aunque en los veinte últimos años se ampliaron las escuelas y las universidades, han faltado muchas veces los profesores porque éstos ganaban más trabajando para las organizaciones internacionales.

Como señala la etnóloga de origen afgano Shikiba Babori, buena parte de las clases medias han terminado abandonando el país. Muchos lo hicieron ya antes, durante la etapa soviética.

Los talibanes no son tampoco un grupo homogéneo con un objetivo único, y está además el Estado Islámico, sunita como la mayoría de los talibanes, a los que, sin embargo, combate.

Por no hablar de las minorías chiíes como los hazara, perseguidos tanto por los talibanes como por el Ejército islámico.

Nada parecen esperar ya los afganos de su Gobierno, al que saben el frente de un sistema corrupto a todos los niveles, lo cual no hace sino llevar agua al molino de los talibanes.

Las consecuencias son fáciles de adivinar: nuevas oleadas de refugiados que, como los de Oriente Medio, tratarán por todos los medios de llegar a una Europa harta ya de pagar los continuos errores de cálculo de EEUU.

Compartir el artículo

stats