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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

El groelandés Tomás Morales

En una de sus divertidas polémicas Chesterton fue atacado por Bernard Shaw por ser «un escritor provinciano». Chesterton replicó inmediatamente: «Al parecer el señor Shaw ha nacido en toda Europa». La provincia, por supuesto, es la única manera de llegar al mundo, pero dentro del provincianismo habitual hay otro que considera al pueblo aledaño como una suerte de extranjero caprichoso, como una lejanía ligeramente estrafalaria. Ese provincianismo duplicado es lo que llamamos en Canarias insularismo, que como ideología embrutecedora lleva siglos haciéndonos perder el tiempo. Todavía pervive en su expresión política o corporativa: hace pocos días leí el largo exabrupto de un líder patronal que explicaba que la decadencia económica de Tenerife (presentada como la del Imperio Romano) solo tenía dos responsables: los políticos tinerfeños, que habían traicionado canallescamente a su isla, y los políticos y empresarios grancanarios, obsesionados por destruir a su rival por pura envidia tiñosa. Pero el insularismo tiene otras formas de supervivencia.

El Cabildo de Gran Canaria ha presentado un extenso programa de actos sobre el centenario de la muerte del poeta Tomás Morales, arranque de la poesía canaria modera y uno de los máximos referentes del modernismo español. El Cabildo grancanario hace lo que puede y debe hacer con motivo de esta efemérides. Pero en Tenerife no se hablará de Tomás Morales. Para las autoridades tinerfeñas (para los responsables de las políticas culturales más concretamente) Morales podría ser perfectamente groenlandés. Ya se encargarán en su isla de rendirle los debidos respetos. Si en general cultivar la memoria de las figuras literarias no es nuestro fuerte –el pasado año se cumplió el centenario de Isaac de Vega y se enteraron los deudos– cuando sucede el enojoso engorro se adjudica a los de su pueblo, como si fuera un bautizo o la matanza del cochino. Tomás Morales tiene la suficiente estatura literaria dentro y fuera de Canarias como para que la Viceconsejería de Cultura del Gobierno autónomo liderara un aniversario que se extendiera por las siete islas en colaboración con cabildos y ayuntamientos. No ha sido así. Juan Márquez no dispone de tiempo: está muy ocupado repartiendo subvenciones y su vaporoso director general se dedica a narrar las subvenciones que reparte.

La muy debilitada industria cultural canaria ha sufrido intensamente por la pandemia y su destructivo impacto social, pero la reacción política y económica de la Unión Europea ha supuesto una excepcional oportunidad. No se ha aprovechado. Canarias no ha presentado ningún proyecto de carácter cultural con ambición y enjundia para captar recursos de los fondos extraordinarios de la UE. «La estrategia inteligente», argumentaban Tony Ramos Murphy y Pau Rossell en un magnífico artículo hace ya cerca de un año, «supone disputar, con propuestas sólidas articuladas y datos contrastados, los fondos del programa Next Generation, React-EU y los derivados del Marco Financiero Plurianual». Y ese objetivo exigía «articular alianzas y colaboraciones, elaborar proyectos contundentes, y presentar las actividades culturales como lo que son: la única ventaja competitiva que puede poner Europa sobre la mesa global». Canarias como espacio privilegiado de un gran proyecto cultural montado sobre un consorcio público-privado, con apoyo activo de todas las administraciones y amplia participación de los artistas locales. Ahora mismo se podría disponer de recursos financieros. Pero carecemos de sentido de la responsabilidad y de la oportunidad, de voluntad política y de rigor técnico, de ambición y de convicción, de una política cultural lúcida que merezca ese nombre. Si alguna vez lo conseguimos –en el próximo apocalipsis zombi– Tomás Morales por fin no habrá nacido en Moya o en Gran Canaria, sino en toda Canarias y para todos los canarios.

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