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Manolo Ojeda

Cartas a Gregorio

Manolo Ojeda

Transparencia

Querido amigo: El cristal es un material transparente, pero también puede distorsionar la imagen de la realidad. Algo como lo que ocurre con la gestión pública de nuestras instituciones, que está acristalada, es decir, metida en una urna de vidrio a la que no tenemos acceso fácilmente, y mucho menos ahora con una pandemia que nos obliga a mantener la distancia.

Por si fuera poco, ya no hay visita posible sin cita previa y la comunicación por teléfono ha desaparecido prácticamente.

Sin embargo, Gregorio, el control que ejerce la administración sobre los ciudadanos se hace sin previo aviso y hasta con nocturnidad y alevosía, como si fuéramos nosotros los que tuviésemos que estar preparados para rendir cuentas en cualquier momento.

La obligación de los servidores públicos tendría que estar fundamentada en una política de puertas abiertas y de amplias ventanas, y no de ventanillas, como diría Juan Manuel Serrat.

Amparándose en la pandemia, tanto las instituciones públicas como las grandes empresas de servicios han establecido el distanciamiento como una mampara de autoprotección, algo así como un sistema de líneas rojas que, si no las conseguimos traspasar, vienen con la intención de quedarse para siempre.

La supuesta transparencia es como un muro grueso de cristal de seguridad contra el que te estrellas continuamente, y detrás del cual no hay nadie que te atienda ni te escuche, lo que viene a ser como una vuelta más de tuerca del despotismo del siglo XVIII: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo», que nos convierte en un ejército de borregos a las órdenes de quien nos toque.

El tan debatido y criticado portal de transparencia del ministerio de la presidencia española es tan transparente como el portal de Belén, que solo Dios y la Virgen saben lo que hay detrás de semejante misterio.

Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma, sobre todo en las personas transparentes, pero también se dice que las apariencias engañan. Lo que yo creo, Gregorio, es que la fachada que nos obligamos a mostrar afecta tanto a nuestros sentimientos internos, que es el alma la consecuencia de esa apariencia, y no lo contrario.

Si piensas que todo lo que tenemos fue antes de otra gente y que cuando acabe nuestra existencia volverá de nuevo a ser propiedad de otro, te preguntarás que de quién serían las cosas si no existiera el dinero, para llegar a la conclusión de que todas las propiedades son un robo, como decía Facundo Cabral.

Decía también el cantautor y trovador argentino del que, por cierto, acaban de cumplirse diez años de su asesinato en Guatemala, que «la vida no te quita cosas, sino que te libera de cosas», y que «de la cuna a la tumba todo es una escuela, por eso lo que llamamos problemas son solo lecciones»

Necesitaríamos a muchos Facundos para que el mundo funcionara con su misma claridad y transparencia…

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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