La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Punto de vista

El olimpismo está sobrevalorado

Es imposible quedarse al margen de lo que acontece cada jornada de unos juegos olímpicos. Si no es porque el conjunto nacional pasó a la siguiente fase, es porque un deportista español, desconocido hasta el momento, consiguió una medalla en un deporte que jamás se había retransmitido antes por televisión.

Pero lo más insufrible son las crónicas posteriores a la gesta deportiva, a las que me confieso adicto, que pretenden aleccionarnos sobre la nobleza del esfuerzo y el efecto sanador de la victoria, si bien la realidad es que ni todos los esfuerzos son nobles ni la victoria lo sana todo.

Muchos de mi generación crecieron entregados al mantra del esfuerzo y el sacrificio, supongo que herencia de siglos de catolicismo entendido de forma anacrónica, pensando que si se esforzaban y hacían los sacrificios necesarios alcanzarían sus metas. Este tufillo olímpico impregnó la juventud de muchos españoles que sostuvieron figuritas de Kobi en sus manos.

Es evidente que el esfuerzo brinda más oportunidades de alcanzar el anhelado éxito. Sin embargo, sin menospreciar el poder del esfuerzo, cabe preguntarse para qué esforzarse en alcanzar el éxito.

No obstante, quizás antes habría que reflexionar sobre lo que nuestra sociedad entiende por éxito, porque sin duda, es el primer axioma errado de pensamiento nacional sobre este tema.

El éxito no es más que una percepción personal de lo que creemos que la sociedad espera de nosotros. Para contrarrestar la frustración que nos suele producir este inalcanzable concepto, hemos acuñado la expresión «éxito personal», que de alguna forma intenta desligar la indisoluble relación entre éxito y sociedad.

Sin embargo, quizás esta locución sea la mejor solución que hemos encontrado para dar significado a nuestras vidas a medida que vamos cumpliendo años y vemos que el éxito que imaginábamos en la adolescencia poco o nada tiene que ver con el éxito al que aspiramos cuando tenemos hijos y empezamos a echar la vista atrás.

El segundo axioma errado de nuestra sociedad es confundir el esfuerzo con el mérito. Esforzarse no es garantía de éxito, ni siquiera es una circunstancia que garantice merecerlo, y he aquí dónde radica la semilla de gran parte de la frustración que cosechamos durante nuestra vida adulta. No merecemos ser exitosos por el hecho de anhelarlo y esforzarnos para logarlo, como tampoco nos merecemos fracasar en su consecución. Pero la realidad es que en el resultado influyen muchas más variables además del empeño que pongamos en lograrlo .

Y es que ya va siendo hora de derribar ciertos mitos. Por si alguien tenía alguna duda aún, la justicia no existe, y en el ca-mino al éxito esto no es una excepción.

Pero a mayor abundamiento en esta errada percepción del éxito, hay una realidad aun más dura que podríamos tener que afrontar: ¿Qué hay después de que el mérito y el esfuerzo nos hagan alcanzar el éxito?

Para muchos campeones olímpicos no hay nada después. Bien porque nunca pensaron en ello, o bien porque el vacío que encuentran es tal que los lleva a convertirse en juguetes rotos, que una vez inspiraron una crónica deportiva y ahora sólo son usados para alimentar el morbo de los lectores evocando historias personales dramáticas como la de Michael Phelps, Simone Biles o Jesús Rollán, entre algunos que conocimos y otros muchos de los que nunca sabremos nada.

Y es que una cosa está clara, el lograr el éxito no da significado a la vida, sin embargo lograr una vida con significado, es el verdadero éxito.

Compartir el artículo

stats