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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

García Lorca

Decía Jorge Guillén (un poeta tan distinto) que si se estaba junto a Federico García Lorca no era invierno ni verano, «era Federico». Nos ha llegado una cantidad abrumadora de testimonios de la personalidad magnética e irradiante de García Lorca, de su vitalidad hedonista y generosa, de su fuerza expresiva y su entusiasmo indeclinable. Y también entrevistas: concedió docenas de entrevistas a periódicos y revistas españoles y extranjeros. Porque a Lorca le encantaba hablar de sí mismo e improvisar, más desde intuición que desde la reflexión, ideas a veces y a veces ocurrencias sobre la política, la literatura o la poesía misma. Por supuesto que ejercía un exhibicionismo encantado de conocerse: la poesía y las relaciones públicas jamás han sido incompatibles. Evitaba polemizar con otros poetas, repartir menosprecios o personalizar demasiado sus críticas ideológicas. Si su asesinato heló la sangre en las venas a los que lo conocían fue porque Lorca parecía la llama perenne de la vida misma y jamás se dedicó a la exaltación del odio o de la burla. Si uno lee esas entrevistas –algunas son fácilmente accesibles– encontrará básicamente a un hombre bueno indignado por la pobreza, la explotación y la ignorancia que padece la inmensa mayoría y que con cierta ingenuidad pensaba que su redención era cuestión de buena voluntad, incluso de buena crianza. Si mataban a García Lorca es que podían matar a cualquiera, y ese fue exactamente el mensaje, eso fue precisamente lo que hicieron: matar a mansalva. Al otro lado tampoco se quedaron cortos.

No tiene ninguna importancia, por supuesto, pero nunca he tenido relaciones demasiado espléndidas con la poesía de García Lorca. Su teatro me gusta menos aún, salvo El público. En realidad el Lorca que conocemos ahora no era el que apreciaba el restringido público lector de los años treinta. Tanto Poeta en Nueva York como (precisamente) El público o Sonetos del amor oscuro se publicaron después de su muerte y suponen una progresión lírica hacia la madurez definitiva de un poeta excepcionalmente dotado pero que tardó en localizar su propia voz, su poética, su ruta de crecimiento. En esos tres libros o textos está lo que siempre releo de él. No tenía cuarenta años todavía cuando lo mataron.

Ahora se cumple el aniversario del crimen y como ocurre en los últimos años se ha restablecido, de manera cada vez más asquerosa, el extravío de las reivindicaciones. No, no debe olvidarse quien mató a García Lorca –estaba en todas las listas y ni siquiera le salvó que lo protegieran en su propio domicilio los hermanos Rosales, falangistas de primerísima hora– pero creo que ya se merece que en las efemérides se recuerde y se celebre más su poesía que su espantosa muerte en la madrugada de una oscura carretera. Y que se lea más y mejor, porque para muchos lectores la imagen de García Lorca sigue siendo la de un andaluz profesional y redicho, según la maligna expresión de Borges, una suerte de premonición de Antonio Gala. Porque lo cierto es que se ha preferido hablar más de García Lorca que de su poesía, y eso explica (en parte) que la generación de los 50 muestre más interés en Luis Cernuda (por ejemplo) que en el autor de Romancero gitano. Jaime Gil de Biedma escribió todo un ensayo sobre Jorge Guillén y admiró a Cernuda pero no escribió una línea sobre García Lorca. Durante mucho tiempo el lorquismo tuvo mala fama en la poesía española contemporánea.

Intentemos conocer más a García Lorca y a compadecerlo menos. Dedicarse más a vivir su obra que a exaltar su muerte sacrifical. No nos empecinemos en seguir sus primeros pasos, que solo fueron, como siempre ocurre, la probatura de un poeta que todavía no había nacido. Y que le recuerde en su hora más amarga, pero también en sus mejores poemas, no aquellos que creen patrimonializarlo, sino todo un país. «Yo escribo para todos», dijo en una entrevista, «hasta para los que no quieren leerme». Hagámosle caso al poeta: sabe de lo que habla y de lo que calla.

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