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Punto de vista

Afganistán: algunas lecciones identificadas

El primer y más importante acto de un estadista es establecer el

tipo de campaña en la que

se va a embarcar (…)

es el primero de todos los interrogantes estratégicos…

(De la Guerra; Carl von Clausewitz)

Afganistán: el escenario en el que más militares españoles han fallecido o han sido gravemente heridos en los últimos años. A ellos rindo mi más sincero homenaje.

De la experiencia en Afganistán se pueden, y se deben, identificar muchas lecciones que se deberían convertir en lecciones aprendidas. La principal, que se repite a través de la historia, sobre todo en la de los siglos recientes, es que para que una fuerza exterior derrote a una motivada fuerza local (regular, irregular, o mezcla de ambas), que cuenta con cierto apoyo de la población, con fronteras de difícil control y con vecinos amigos o que miran para otro lado (o estados fallidos), se requiere tiempo, sabiduría y la aplicación de todos los instrumentos del poder (diplomacia, información, militar, economía: DIME); en ningún caso es sencillo.

Ni los británicos hace siglos, ni la URSS después, ni ahora la OTAN (con EEUU a la cabeza), han sido capaces de imponerse sobre unos combatientes, ciertamente crueles, pero que no cuentan ni con los medios ni con el adiestramiento de los adversarios a los que se han enfrentado en Afganistán. Tampoco los franceses a principios del siglo XIX pudieron con los españoles; ni en los años 60 del siglo XX, los indochinos fueron derrotados por sus oponentes (primero Francia, luego EEUU); ni los argelinos se podían comparar con los franceses en la misma época; ni se consigue acabar con la insurgencia en Mali hoy. No es fácil encontrar en la historia reciente ejemplos en los que una fuerza exterior se enfrente a una local, con algunas de las condiciones arriba mencionadas, y que prevalez-ca durante un período signifi-cativo. Esta imbatibilidad del nativo no es exclusiva de los afganos.

Otra lección identificada, sobre todo para el nivel estratégico-político, es que cuando una nación, sola o en coalición, se embarca en una operación como la de Afganistán (o Libia, Irak, etc.) tiene que definir claramente qué se entiende por «misión cumplida»; en otras palabras, las condiciones que se tienen que dar para poder decir que los objetivos se han alcanzado, que no se deberían definir por fechas (en este caso, se estableció para el fin de 2014, presidente Obama, y luego para antes del 11 de septiembre de 2021, presidentes Trump y Biden). Alcanzar esa situación final deseada exige la implicación de todos los poderes de los estados, aplicados con inteligencia y paciencia, mucha paciencia (nosotros tenemos el reloj, ellos el tiempo); un poder sólo, por ejemplo el militar, di-fícilmente prevalecerá por sí mismo.

Por otra parte, además de establecer claramente esas condiciones para poder decir que se han cumplido los objetivos y, consecuentemente, iniciar el repliegue, hay que efectuar un análisis realista de la situación: conocer el punto de partida, las características de la población, sus puntos fuertes y débiles, tradiciones, etc. Y, por supuesto, conocerse a sí mismo, para admitir hasta dónde se podrá llegar.

En Afganistán, como el régimen talibán no entregó a los líderes de Al Qaeda, responsables del ataque a EEUU el 11 de septiembre de 2001, las unidades de operaciones especiales, primero norteamericanas, luego de otras naciones, desplegaron allí para dirigir a los señores de la guerra que luchaban contra los talibán, consiguiendo derrocar a ese régimen en cuestión de semanas, de tal forma que dejó de ser un santuario para Al Qaeda, el objetivo principal inicial. La participación militar, ¿se debería de haber detenido en ese punto? Es tarde para poder decir si hubiera sido suficiente y no hay elementos para responder con certeza por lo que solo se pueden hacer elucubraciones. No obstante, debería de ser un asunto para analizar si una situación parecida se diera en el futuro, ya sea en el propio Afganistán o en otros escenarios. Lo cierto es que llevar el combate al terreno del adversario supone que este pueda perder la iniciativa, al menos durante un tiempo; asunto que también tiene su valor. En cualquier caso, es otra lección identificada: la necesidad de que el nivel estratégico-político realice un planeamiento de contingencia que apunte qué hacer ante diferentes acontecimientos que se puedan anticipar, tanto si son negativos, como si son positivos, y tener preparadas acciones ante los riesgos y oportunidades que surjan; igualmente, qué hacer después, una vez alcanzados los objetivos iniciales. En suma, planear para responder a estas preguntas: ¿qué se hace si ocurre esto o aquello…? Y si ocurre lo previsto ¿qué se hace después? Conviene además esperar lo inesperado. El planeamiento militar sí lo incluye, lógicamente a su nivel, pero siempre hay espacio para mejorar.

En definitiva, los militares hemos identificado muchas lecciones que se han ido incorporando tanto en el sistema de enseñanza como en la instrucción individual y en el adiestramiento de las unidades. Hay lecciones que son de otros ámbitos, algunas de ellas aquí apuntadas. Ojalá que el sacrificio de tantos soldados no haya sido en vano y que estos 20 años en los que los afganos han disfrutado de mayores libertades, que las mujeres han podido estudiar y ocupar puestos de relevancia, que se ha jugado con cometas, no sean un paréntesis en la historia de esta atribulada nación, sino que sirvan como semilla de un futuro mejor.

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