Por favor, déjeme que le pague la guagua”, “¿Y eso?”, comenté. No respondió. Me senté en primer asiento libre que vi”. El pagador era un hombre al que no había visto jamás. Cuando llegó mi parada me bajé y observé que el hombre hizo lo mismo. Me preguntó si aceptaba un café “hace tiempo que quiero hablar con usted, le prometo que no le quitaré mucho tiempo”. Estaba intrigada y no habiéndolo visto jamás acepté y lo aclaré. “Puede ser pero usted lleva muchos años en la memoria de casa, en la de mis padres y hermano”. Curiosa por naturaleza lo puse fácil para ver hasta donde llegábamos. “¿Roma?” preguntó a ver si esa ciudad me daba una pista y no. Deduje que Roma era importante para su familia. En mi defensa le comenté que tengo buena memoria pero ni el ni Roma me decían nada. La breve charla nos llevó a un hermano enfermo mental fallecido. En el juego de la intriga pasamos unos minutos hasta que le recordé que me esperaban. “Es que ocurrió hace unos 14 o 15 años, ese día usted estaba en el periódico”. No escuché una referencia que me permitiera entrar en la historia y lo comenté. ”Amigo, o me lo cuenta todo o estamos perdiendo el tiempo”. Entonces emocionado me habló de un hermano que más tarde supe que tenía una largo historial como enfermo mental. Entraba y salía en los centros psiquiátricos sin mejora alguna. Como la mayoría de pacientes con ese diagnóstico la mejoría es complicada. Supe que el chico enfermo tenía 41 años y que su familia ha vivido pendiente de él. Me recordó que aquel sábado su hermano subió a un avión en Gran Canaria y dio los pasos hasta llegar a Roma. Quería entrar al Vaticano. Estaba solo, desorientado y lloroso. Llamaron a su madre y yo informé a la Delegación del gobierno y lo trasladaron a la isla.

Vivió hasta que pudo.