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Luis M. Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

Los toros del ridículo

Aprincipios del siglo pasado el escritor madrileño Eugenio Noel, republicano y socialista, dedicó todos sus esfuerzos a combatir el flamenquismo y las corridas de toros. Para él, eran los grandes males de la vida cultural española. Conociendo España y sus carencias exageraba, pero se obsesionó tanto que a Noel no se le conoció por otra cosa que por sus campañas contra estas dos manifestaciones, por aquel entonces profundamente arraigadas. El poco talento que tenía se diluyó en su furia inquisidora. Así y todo, Noel desplegaba cierta perseverancia intelectual en sus diatribas que no profesan los actuales inquisidores antitaurinos.

Intentar razonar con quienes solo ven maltrato animal y violencia en las corridas es perder el tiempo. Nadie les va a convencer de lo contrario desde el momento en que son incapaces de observar nada más. Volver a insistir en que el toro bravo únicamente existe por razones de la lidia, de lo contrario nadie se molestaría en criarlo, es una pérdida de tiempo aún mayor. De lo que merece la pena defenderse es de la manía que las ha entrado a unos españoles de decirles a otros lo que tienen que hacer con respecto a sus aficiones y gustos, sobre todo cuando se trata de un acontecimiento artístico de siglos en el que la crueldad es vista y observada solamente por las inteligencias más infantiles. Otra cosa son las preferencias de cada cual; a mí no me gusta el puenting, ni las carreras con cortacésped, el surf con perros o el hockey sobre monociclo, pero tampoco se me ocurre pedir que las prohiban.

Las corridas de toros puede que desaparezcan algún día por motivos económicos, falta de afición o por sus detractores. La alcaldesa de Gijón está en esa campaña y pone como excusa para negar la plaza municipal los nombres de los toros, que pertenecen a un árbol genealógico de las ganaderías y no a un capricho identitario más. Con esos argumentos, hace el ridículo. Debería leer a Noel.

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