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Manolo Ojeda

Cartas a Gregorio

Manolo Ojeda

Samba de una sola nota

Querido amigo, decía Miguel Delibes que las historias que se cuentan son siempre las mismas, pero situadas en distinto contexto.

Visto así, da igual donde vivas porque en todas partes cuecen habas y hay cosas buenas y malas donde quiera que vayas, solo que cambian de nombre y dirección.

Nunca como ahora nos había afectado tanto lo que ocurre en el resto del mundo y, posiblemente, tenga mucho que ver con la llegada de la pandemia, una plaga global que afecta por igual a pobres y ricos, a blancos y negros o de cualquier color.

De la misma forma, lo que está pasando en Afganistán nos concierne también a nosotros y a nuestras mujeres y niños, porque somos parte de una sociedad globalizada donde todos compartimos el mismo barco.

Las imágenes que hemos visto en el aeropuerto de Kabul son realmente estremecedoras, y muestran hasta qué punto puede llegar el miedo y la desesperación de un pueblo cuando se siente amenazado.

Ya nada malo es para unos pocos, Gregorio, pero también lo contrario, que cuando las cosas son buenas, siempre sacan provecho unos cuantos privilegiados.

La vida no entiende de igualdad ni de justicia, y el primero que ve la ocasión es el que le saca partido, y me parece bien.

Recuerdo que, hace ya más de treinta años cuando mi hermano era consejero del Cabildo, que conoció a Rafael, un pastor de cabras que tenía un rebaño en la Cumbre y las cuidaba junto a otras de la institución isleña.

Rafael era un pastor veterano que encontró en el campo una buena forma de vivir, y mi hermano, que se acercaba de vez en cuando a visitarlo, se quedaba impresionado de ver como aquel hombre se encargaba de cuidar y ordeñar a todas aquellas cabras.

Una vez al mes, Rafael bajaba a Las Palmas para hacer sus cuentas con el Cabildo y justificar cómo le iban las cosas por allá arriba. Era un puro formalismo, pero resulta curioso que cada vez que se perdía o se riscaba una cabra era de las del Cabildo, pero cuando nacía un cabrito era siempre de una cabra de Rafael. Así que, mientras el número de cabras del Cabildo disminuía, las de Rafael no paraban de aumentar…

Claro que en el Cabildo se daban cuenta, pero preferían mantener un pastoreo que era tradicional en la Cumbre, y que sin Rafael acabaría desapareciendo.

Pero fueron otros tiempos, Gregorio. Ahora solo quedan cabras salvajes que el Cabildo está intentando matar a tiros para que no se coman la flora isleña, o la poca que queda después de los últimos incendios.

Una de las consecuencias de la globalización es que, basta con dejar una puerta abierta en oriente para que estornudemos en occidente. El mundo funciona al unísono, Gregorio, como si todos bailáramos al son de Samba de una sola nota, la famosa canción de Tom Jobim.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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