La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

Insumisión escolar

Justo antes de terminar el presente curso, una docente de Matemáticas, a la sazón Jefa del Departamento del mismo nombre, informaba al resto de sus compañeros de lo que ocurre con la materia en los centros de Primaria. Según avanzaba el relato, la cara de los asistentes iba demudándose al comprobar cómo la educación ha entrado en una vorágine imparable hacia la ignorancia. Las informaciones acerca de lo que se está haciendo con las Ciencias Exactas, y todo por «agradar» al alumnado y a las familias, eran más que precisas y, para la profesora que las detallaba, sólo apuntaban en una dirección, la de convertir el rigor del razonamiento matemático en la ocasión propicia para destruir el conocimiento. Al parecer, una de las responsables de la implantación de aquellas medidas en el colegio, confesaba que hacer de las Matemáticas algo expresamente lúdico, casi insustancial desde otro punto de vista, había mejorado el rendimiento objetivo de los chicos en la asignatura. En concreto, contar las losetas de las aulas y demás «estrategias de aprendizaje» había logrado el ansiado éxito. Sin embargo, ¿sabían algo realmente significativo de la disciplina? En absoluto, rotundamente no. El artificio pedagógico era tan sublime que hacía olvidar, de principio a fin, lo fundamental de los contenidos matemáticos. Al igual que ahora se van a prohibir por ley los dictados y hasta el manejo de los adverbios en las oraciones, aquellos muchachos no memorizaban la tabla de multiplicar: es que ni siquiera sabían lo que era. Insisto, no es un fenómeno que se proyecte para las clases del futuro, porque, de hecho, ya se está haciendo en buena parte de los colegios públicos de España. El problema, por supuesto, no se aprecia en estos niveles, sino cuando los alumnos desembocan en Secundaria. Si, en estos momentos, existen dificultades clamorosas en el uso de la operatoria elemental, no hay que hacer mayor esfuerzo de imaginación para comprender la que se nos viene encima. El sacrificio del conocimiento por el sentimiento o lo socioemocional siempre ha sido una tentación entre los discentes, pero, por fortuna, los mayores estaban al quite y volvían a poner las cosas en su sitio. En la actualidad, los mayores, entiéndase las autoridades, mal que les pese, han claudicado ante el influjo de la ignorancia. La reciente conversión de las Matemáticas en una «perspectiva de género» es el preludio de la decadencia, del declive de una civilización. Son palabras duras, pero necesarias para que la gente caiga en la cuenta de lo que deparará el mañana de la educación con el diseño de las enseñanzas mínimas por parte del ministerio del ramo. La base de cualquier sistema educativo está en los ciclos inferiores, en semejanza a los cimientos de una construcción, y si éstos no son lo suficientemente sólidos, la edificación o bien crecerá torcida o bien cederá a su mal pergeño. Y todo esto sucede cuando la ideología, el adoctrinamiento y el sectarismo se cuelan en las aulas como Pedro por su casa. Y este Pedro no es otro que Pedro Sánchez, máximo responsable del desaguisado que se avecina en la enseñanza española. Los profesores, por nuestra parte, poco podemos hacer en el ámbito legislativo, pero, desde aquí, animo, invito e imploro a los compañeros de docencia y a las familias preocupadas por la enseñanza a hacer una clara manifestación en defensa de los derechos de los alumnos, comenzando por el de una educación de calidad. Esta declaración de intenciones o, por mejor decir, esta abierta insumisión a los planes del ministerio, será tan fuerte como la voluntad de padres y profesores por mantener el valor del conocimiento en los centros escolares. ¡Ni veinte Celaás juntas serían capaces de acabar con la ciencia, como tampoco doscientos decretos de perspectiva de género fulminarán el brillo del saber en las aulas! O eso o el abismo, la ignorancia de una falsa felicidad de las emociones y los sentimientos. Y a usted le pregunto: ¿qué prefiere para sus hijos, el conocimiento y la sabiduría real o, por el contrario, el vacío del puro entretenimiento?

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