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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Desaguan los pantanos de Franco

Aprovechando que la luz alcanza precios áureos y hasta diamantinos, algunas compañías eléctricas se han puesto a vaciar los pantanos para exprimirle hasta el último kilovatio a la fuerza del agua. Tanto afán le echan a la tarea que algunas presas, mayormente en Galicia, aunque también por la parte del Tajo y otras cuencas, se encuentran ya a niveles propios de sequía sin razón climatológica que lo justifique.

De no ser porque se intuye el ánimo de lucro, bien podría parecer que estamos ante una decisión política de carácter antifranquista. Casi medio siglo después de su muerte, los señores del megavatio a los que tanto dinero y hasta títulos nobiliarios hizo ganar el dictador están vaciando de agua los pantanos que con tanto mimo construyó y llenó Franco.

Uno de los más sobresalientes símbolos del pasado régimen fue, en efecto, la desaforada afición del general a edificar e inaugurar pantanos. Allá donde había un río que embalsar, los ingenieros del Caudillo se apresuraban a poner una central hidroeléctrica. El impulso era tan grande que ni siquiera los detenía la posibilidad de dejar a algún pueblo bajo las aguas, previo desplazamiento del vecindario, eso sí.

Aquella enérgica política energética que apenas dejó río sin embalse obedecía al deseo de combatir la «pertinaz sequía» con la que el Caudillo solía justificar todos los males –así económicos como meteorológicos– que pudiesen afligir a España.

Basta echar una ojeada retrospectiva a los periódicos de la época para comprobar que Franco, visionario a su manera, ya había descubierto las virtudes exculpatorias del clima. No existía entonces el concepto de cambio climático, pero el general ferrolano ya se las arreglaba para atribuir año tras año a la sequía –pertinaz, por supuesto– cualquier fracaso económico de su régimen. Y de paso aprovechaba para inaugurar un par de pantanos.

Se conoce que el clima, aliado con los rojos que controlaban las borrascas y los anticiclones desde Moscú, se sumaba entonces a la tradicional conjura de los judíos y los masones para hundir al régimen y, por tanto, a España.

Ajenas a aquel colosal empeño del general más general –es decir: Generalísimo–, las compañías eléctricas parecen empeñadas ahora en vaciarle de agua las presas con la intención de mejorar sus aparentemente inmejorables cuentas de resultados.

No parece que los vendedores de kilovatios al por mayor quieran chinchar a Franco a título póstumo, desde luego. El motivo apunta más bien a la espectacular subida del precio de la luz, que acaso les haya abierto una ventana de oportunidad para despachar las existencias de la tienda antes de que –Dios no lo quiera– vuelva a bajar el importe de la factura. Desde un punto de vista empresarial sería imperdonable no aprovechar la coyuntura para hacer caja.

El Gobierno, que anda algo a oscuras en esta delicada cuestión, les ha afeado tímidamente la conducta a las empresas que ordeñan el kilovatio. Los niveles de explotación están, al parecer, «por encima de lo que sería recomendable» y, en consecuencia, se han abierto expedientes de carácter informativo, como es natural. Solo falta que se cree la pertinente comisión sobre embalses para alargar el asunto hasta que ya nadie se acuerde de cuál era el problema. Con Franco no pasaba esto, hombre.

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