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Observatorio

Escrito en el cielo

Escrito en el cielo La Provincia

La nueva evaluación publicada por el IPCC, el panel científico sobre el cambio climático de Naciones Unidas, nos acaba de recordar un hecho simple. Año tras año, desde hace más de un siglo, el tiempo está escribiendo una línea invisible en el cielo de la Tierra. Esa línea es la concentración de CO2, que no ha cesado de aumentar desde que comenzó a medirse. Las moléculas de CO2 son transparentes en la banda de la radiación solar que nuestros ojos detectan y por ese motivo, solo por ese motivo, no apreciamos el aumento de su concentración a simple vista: somete nuestra piel a temperaturas máximas, funde glaciares, deshiela el Ártico, produce sequías, pero no ensombrece lo visible. La concentración de vapor de agua en el cielo sí filtra la radiación lumínica que llega a nuestros ojos, y por ello la apreciamos cada día en las nubes o en el color del firmamento; en cambio, el efecto térmico crucial que determina a largo plazo el clima es invisible.

En los años 70, cuando se confirmó la tendencia creciente en la concentración de CO2, comenzó en seguida la indagación científica. El efecto invernadero potencial estaba fuera de toda duda: la estructura del CO2 es transparente a la radiación generada a la temperatura solar, pero no lo es a la radiación térmica a la que la Tierra, mucho más fría que el Sol, pierde energía hacia al espacio. En otras palabras, la presencia de CO2 atrapa el calor terrestre de forma decisiva, para que en nuestro planeta exista el equilibrio térmico que alberga la vida.

El sexto informe de evaluación del IPCC, recién publicado, se beneficia de un acervo de datos recopilado durante treinta años de monitorización sistemática. Aunque la terminología tiende a ser tecnicista y neutra, las conclusiones principales se expresan en un lenguaje más nítido y elocuente que nunca.

Sobre los efectos ya producidos del cambio climático, este sexto informe presenta innumerables análisis: destaca, por ejemplo, la certeza con que se conoce ya qué parte de las emisiones de gases invernadero procedentes de la actividad humana es absorbida por los océanos, y qué parte se acumula en la atmósfera, un elemento fundamental para estimar la senda futura de las temperaturas; también se cuantifica con precisión la relación entre la pérdida de masa de hielo en el Ártico y el aumento del nivel del mar. Estos son los balances preciosos que determinan el clima terrestre. Entenderlos permite a los científicos pronosticar la distribución geográfica del crecimiento futuro de temperaturas, que se concentrará en el hemisferio norte, donde en algunas regiones superará en dos o tres veces la media.

Identificadas las evidencias, la cuestión es: ¿adónde vamos? El informe contempla tres tipos de escenarios. En el caso de que la economía mundial continúe sobre las mismas bases de los últimos 30 años, el aumento de temperatura media durante el siglo XXI podría sobrepasar los 5ºC, muy superior al de 1,2 ºC observado en el siglo XX. Sin embargo, ese escenario ya no es el más probable. A la consolidación del Acuerdo de París y la ola social de la conciencia ambiental se ha unido una transformación radical en sectores industriales decisivos: los coches eléctricos y la reducción de la generación térmica con carbón, junto con la expansión de las energías renovables, ya nos están alejando del peor escenario posible. La mala noticia es que todavía nos situamos en una perspectiva de un incremento cercano a los 3ºC, de consecuencias imprevisibles, y brutal si se compara con la historia geológica del planeta.

Con todo, ahora que la transformación industrial en marcha nos ha permitido alejarnos del pesimismo total, tiene más sentido que nunca continuar los esfuerzos hacia el escenario de París: un aumento máximo de 1,5ºC. El reto es incalculable y, a la vez, fascinante. Mientras que las transformaciones de la economía mundial en el pasado, sobre el carbón, el acero o el petróleo, son por desgracia inseparables en la Historia de las tensiones que estallaron en las dos guerras mundiales, ahora se trata de conseguir colectivamente una transformación aún mayor, hacia un sistema mundial de fuentes de energía distintas, en una revolución sincronizada y pacífica.

Y sí: es posible.

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