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Punto y aparte

Horror en Kabul, fiesta en Catar

Hace una semana exacta escribía sobre las mujeres afganas y el terror con mayúsculas que se les venía encima a pocas horas de tomar Kabul los integristas talibanes. La indiferencia internacional a la que las hemos sometido les ha llevado también en parte a eso, a ser invisibles, a no tener voz, a estar abandonadas en el peor lugar posible para estar abandonada siendo mujer. Una indiferencia que es la misma que mostramos en tantas y tantas situaciones inhumanas cerca y lejos de nosotros y, seguro, la que demostraremos –si no lo impedimos– al permitir que el Mundial de Fútbol de 2022 se juegue en Catar con total normalidad, tanto monta monta tanto. Por ejemplo, en el país más rico del mundo la opinión de un hombre vale lo mismo que la de dos mujeres. Dos. ¿Cuántas buenas personas que ahora se horrorizan con los talibanes boicotearán un buen partido de fútbol cuando llegue el momento? Total, es por el «problema de las mujeres». Yo les aseguro que no solo no sumaré un número más a la audiencia televisiva sino que intentaré en cada foro recordar que esta decisión normaliza el patriarcado y el mal trato –junto y separado– a la mujer.

Y eso, eso exactamente, es lo que pasa día a día en numerosos lugares, espacios y momentos tan cotidianos y tan interiorizados que ni nos percatamos de la barbaridad del mensaje que transmiten. Por ejemplo, no es normal eso. No es normal que cualquier país que vulnere los derechos humanos pueda participar con normalidad en eventos globales. No es normal, porque no lo es, que todas las grandes religiones –católica, musulmana, hebrea y budista– no solo excluyan directamente a la mujer de su entramado de poder sino que, para justificar esta apropiación de las creencias, nos señalen como seres de segunda, aptas para engordar obedientemente sus ejércitos de fieles pero incapaces para liderar este entramado, realizar liturgias, gestionar recursos y muchas cosas más.

Y, tengo que decir que me sorprende sobremanera la defensa que siempre, desde los tiempos de los tiempos, las mujeres –también las progresistas– han realizado de estas religiones que las marginan, nos marginan, sistemáticamente. Me resulta harto complicado entender hasta qué punto una persona puede defender, sin nadie que la obligue, en libertad y en este siglo, a algo o a alguien que no la tiene en cuenta en absoluto, no la valora ni respeta, y que no se esconde a la hora de manifestar a todo el mundo que la mujer no puede formar parte porque, simplemente, no es una igual. ¿Se inscribirían o seguirían ustedes en cualquier agrupación que les dijera abiertamente que no le quieren por tal y como es, solamente por el hecho de ser usted? Yo no, desde luego. Para mí es un mal trato, separado y junto. Porque si no puedo compartir contigo, de igual a igual, con tus valores y los míos, con mis capacidades y las tuyas, en igualdad de derecho y gestión de los recursos, no me interesa.

Pero lo digo yo, mujer blanca occidental con formación y, lo más importante, capacidad económica que me proporciona independencia del hombre, algo que millones de mujeres en todo el mundo no pueden ni anhelar porque les va la vida en ello. Yo puedo decirlo a plena voz, tomándome un café en una terraza, yendo en bici por mi ciudad, utilizando las redes sociales, tocando un violín, leyendo en un parque, estando sola y hasta riendo. Porque recuerden ustedes que las mujeres tiene prohibido reír y hacer ruido en Kabul. Así que por ellas, por mucho que nos critiquen, se burlen e ironicen, tenemos que hacer muchas cosas pero, sobre todo, no dar como normales situaciones que no lo son. Si no lo combatimos, nos pudriremos por dentro.

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