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Myriam Z. Albéniz

Desde la sala

Myriam Z. Albéniz

¿Conviene «desenredarse» ya de las redes sociales?

Parece ser que a la relación tecnológica también se le puede aplicar la famosa regla del «menos es más» y que dicha máxima incluye naturalmente a las inevitables y cada vez más cuestionadas redes sociales. Según los especialistas, una verdadera desconexión digital ha de extenderse alrededor de treinta días para que obre un impacto efectivo en el internauta, si bien algunas personas especialmente afectadas por la adicción a plataformas como Instagram, TikTok, Twitch o Facebook precisarían en torno a medio año para empezar a notar resultados sustanciales. A estas alturas nadie duda de la tiranía de estos escaparates visuales, cuya deriva se está tornando perjudicial por lo que supone de esclavitud de la imagen y degeneración del debate. La emisión de juicios a menudo superficiales, la proliferación de discursos extremistas y soeces amparados en el anonimato o la tendencia a la opinión sin base ni conocimiento se alzan como un peligro social cuyas consecuencias resultan ya patentes. En ese sentido, realizar una selección de contactos (mal denominados amistades) con los que poder crear relaciones, si no inspiradoras, tampoco destructivas, parece la opción más aconsejable. A título particular, y tras sopesar largamente mi decisión, me incorporé de forma muy tardía a este mundo virtual con el afán de compartir mis intervenciones en los medios de comunicación y, a lo sumo, algunos contenidos relacionados con mis aficiones artísticas, en especial el cine, la música y la literatura. Sin embargo, con el paso del tiempo, y sobre todo a raíz de la terrible pandemia de coronavirus, detecto un preocupante y desolador incremento de faltas de respeto, supresión del buen tono y crecimiento de las malas formas. El sistema de valores en el que me reconozco brilla casi por su ausencia y basta un fugaz paseo por los comentarios de algunos interlocutores para que el estado de ánimo se ensombrezca y dé paso a la ansiedad y el desasosiego. Los mensajes negativos se abren paso con fuerza y el vacío de argumentos se impone como nueva vía de expresión. Por ello, en la actualidad son cada vez más los usuarios que nos planteamos una desconexión, si no completa, como mínimo gradual, apostando por un uso controlado y con mayor consciencia. A mi modo de ver, cada individuo debe responder por sus actos y, en las presentes circunstancias, emponzoñar atmósferas y abrir la puerta a la desesperanza me parece una irresponsabilidad gigantesca. Me consta que a este respecto nos queda un largo camino por recorrer dado que, pese a las controversias sobre privacidad, piratería o noticias falsas, el crecimiento global del fenómeno no muestra signos de desaceleración. De hecho, el 45 % de la población mundial permanece «enredada», lo que equivale a unos 3.500 millones de seres humanos. Simultáneamente, el concepto «verdad» se debilita y la capacidad de empatizar se sitúa en niveles ínfimos. Y con el trasfondo de la deseada aprobación social, se concede una importancia desmedida a la opinión ajena de tal manera que, en tanto en cuanto no exista una retroalimentación positiva en forma de «me gusta», el malestar y la decepción hacen acto de presencia. Por otra parte, recientes investigaciones avalan que pasar gran parte de la jornada en un estado de atención fragmentada puede reducir de forma permanente la capacidad de concentración. En definitiva, la interrelación con estas herramientas resulta complicada por la sencilla razón de que mezclan una serie de beneficios cada vez menores con otra de perjuicios cada vez mayores. Sería, pues, sumamente esperanzador que este comienzo de temporada supusiera una oportunidad de oro para disminuir o reajustar el uso de las redes sociales y recuperar un estilo de vida más sereno y presencial. Me parece un propósito magnífico para evitar esta constante exposición de cara a la galería y contribuir a la regeneración de un foro alejado de la crispación, la ignorancia y la escasez de educación.

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