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Xavier Carmaniu Mainadé

entender + CON LA HISTORIA

Xavier Carmaniu Mainadé

Efectos colaterales del invento de Sir Digby

Estamos a las puertas de un fin de semana y, aunque mucha gente ya ha vuelto de vacaciones, seguro que el buen tiempo invitará a intentar disfrutar de las noches aún agradables de septiembre. El problema es que con las restricciones provocadas por la pandemia, habrá quien opte por montarse la fiesta por su cuenta. Y, como no hay bares ni locales nocturnos abiertos a pleno rendimiento, la gente se reúne en la plaza, en el polígono, en la playa o donde considere. O sea, y sin darle tantas vueltas, que este fin de semana volverán los «botellones».

No hay que ser especialista en etimología para darse cuenta de que el nombre de estos encuentros informales marcados por el consumo de alcohol proviene de la palabra «botella». La botella es un recipiente universal para guardar todo tipo de líquidos y aunque según qué productos están envasados en plástico, el vidrio todavía sigue reinando entre las bebidas. No hay whisky, ni ginebra, ni cerveza, ni vino en botellas que no sean de este material. Ahora bien, situado en la cronología de la historia de la humanidad, se podría decir que su uso es algo de hace cuatro días.

Si bien es cierto que se descubrió cómo elaborar vidrio hace unos tres mil años, inicialmente solo era utilizado como elemento decorativo y para crear piezas de joyería. Poco a poco se fue perfeccionando la técnica y eso permitió poder fabricar piezas más complejas, tales como pequeños frascos para perfumes y cosméticos.

En la antigüedad el vidrio era un material lujoso y, por ejemplo durante la época romana, solo estaba al alcance de las clases más adineradas. En ningún caso se utilizaba para el vino, que era el alcohol más consumido en la época. Para transportarlo existían las ánforas, que permitían mover grandes cantidades de un extremo del Mediterráneo a otro. Eran unos recipientes que protegían el vino de los rayos del sol y de la entrada de oxígeno, y así se preservaba durante más tiempo. Con el paso de los siglos, las ánforas fueron relevadas por las barricas, pero los recipientes de vidrio continuaban siendo cosa de una minoría.

Todo cambió alrededor del 1642. En aquella época en el Reino Unido estaban locos por el vino francés y el tráfico de toneles entre Burdeos y Bristol era un no parar. El problema era que después de cruzar el Canal de la Mancha, se tenía que distribuir el preciado líquido entre los minoristas y sir Kenelm Digby les ofreció la solución. Con un horno a alta temperatura y con una pasta de vidrio hecha con más sílice y menos cal y potasa de lo habitual, inventó la botella de vidrio ideal. Era un recipiente de mucha calidad, de tono ahumado, cuerpo sólido (tenía entre 3 y 7 milímetros de espesor) y de poco coste de producción. Además, la diseñó con la base ancha y cóncava, lo que le confería estabilidad y era fácil de manejar durante el servicio en la mesa.

Aquello fue una revolución para el mundo del vino. Gracias a que el vidrio era oscuro, el líquido quedaba protegido de los rayos del sol. Además, se copió la idea de utilizar tapones de corcho para cerrar las botellas, al igual que hacían los farmacéuticos con sus frascos medicinales. Gracias a ello, las botellas quedaban selladas herméticamente y eso permitió mejorar la calidad del producto, ya que se empezaron a producir vinos con una segunda fermentación dentro del recipiente.

A principios del siglo XVIII, la botella de Digby ya se había popularizado en Francia y algunas bodegas comenzaron a embotellar directamente ellas mismas para mandarlo a las islas británicas. Fruto de esta relación comercial nació la tradición de servirlo con botellas de ¾ de litro. Resulta que los franceses habían adoptado el sistema métrico decimal pero en Londres mantenían sus medidas y hacían los pedidos en base a galones imperiales, el equivalente a 4,5 litros. Como quien paga manda, los productores contaron que por aquella cantidad salían seis botellas de 0,75 litros cada una. Esta es la razón porque aún hoy en día el vino se pone en cajas de media docena de unidades.

O sea, que si estas noches de fin de semana toca aguantar algún botellón cerca de casa, se puede tener un recuerdo por el bueno de Sir Kenelm Digby. O coger una botella y sumarse a la fiesta. Total, tampoco os dejarán dormir.

El auge de las fabricas de tapones

Gracias a la popularización de las botellas de vino, hubo un aumento de la demanda de corcho. Esto favoreció las zonas donde había alcornocales, como es el caso del área del Empordà, donde empezaron a proliferar las fábricas de tapones. Antes de que llegara el turismo, hasta la Primera Guerra Mundial, esta fue la principal fuente de riqueza de aquellas comarcas.

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