Todo el mundo habla del precio de la luz, pero sólo un reducto de pitagorines sabe cómo se fija y cómo se pulveriza un día tras otro su cuantía. Me incluyo entre los involucrados en este misterio de la luz en España, algo que dicho así suena a antorchas en la época de Felipe II, y todos con vestimenta negra lúgubre. A las eléctricas invisibles no les interesa romper el velo y el Gobierno encuentra un aliado perfecto en la desinformación o la malformación: una sociedad pospandémica podría lanzarse a la calle para que le solucionen la sangría de este recurso básico. Por ello hay que desmovilizar y echar la culpa a los embalses de Castilla y León, que entre más lío menos meollo de la cuestión. La luz en este país del siglo XXI viene a ser igual que el pan con el Régimen: en aquellos años de piojos, curas y hambre, en las primeras páginas -otras veces muy escondido- de los periódicos del Movimiento se anunciaba el alza o la bajada del precio del pan, un producto de primera necesidad cuyo importe estabilizaba o desestabilizaba los hogares de posguerra. Décadas y décadas después nos despertamos diariamente con la novedad de la luz, que sumergida en los entresijos del capitalismo tardío -o en su reencarnación covidiana- nos ofrece su valoración en el agujero de los megavatios. De la misma manera que existe la volatilidad en la bolsa, la energía está sometida, o eso cuentan, a fluctuaciones determinadas por variantes inabordables. La diferencia está en que el especulador se lanza a especular por gusto, lo que no es el caso de los españoles con la luz: un bien clave de la vida doméstica y de las empresas en manos de tiburones sin piedad. El misterio aumenta con la extraña voluptuosidad con la que Sánchez y compañía se han tomado el asunto: no se puede hacer nada, sólo parchear y esperar a que lo que subió baje algún día. Esta parsimonia de fumadores de opio tendrá una lectura electoral: ¡Me cago en la luz!, y a otro candidato, mariposa. Mientras, la oscuridad, las horas valle, las velas y la ansiedad por apagar y vivir en una penumbra de dudas.