La Provincia - Diario de Las Palmas

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Entre líneas

Salvar una vida

Esta semana vi la genial película ‘El olvido que seremos’ de Fernando Trueba. Narra la vida de Héctor Abad Gómez, el médico, profesor y activista de los derechos humanos colombiano asesinado por los paramilitares en 1987. La película, basada en la novela homónima de su propio hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, muestra en una de sus escenas al personaje de Abad diciéndole cuando era un niño una de las máximas que el profesor repetía a sus alumnos: “Todo ser humano necesita las 5 aes: aire, agua, alimento, abrigo y afecto”. La frase me conmovió aunque, prácticamente enseguida, algo dentro de mí se percató de que faltaba otra cosa. Quizá no empezara por ‘a’ y rompiera la rima, pero a mi modo de ver, era igual de imprescindible para sostenernos vivos: un motivo, un propósito. Este propósito en India se conoce como Dharma. Algo menos extendido en tierras occidentales que el popular Karma. Ya saben: La vida nos devuelve aquello que hemos hecho a otros. Siembras y recoges. En cambio, el aquí desconocido Dharma en India es ¡tan importante! Que incluso, su símbolo, una rueda (también llamada Rueda de la Vida) está presente en su bandera. Y esa rueda del Dharma significa el camino recto, justo, el don, el sentido por el que cada uno ha venido a la vida. Así, cada ser humano sobre la faz de la tierra seguirá por aquí rodando, vagando y sufriendo, reencarnándose, hasta que aprenda a hacerlo bien y limpie su Karma, pero también hasta que descubra qué narices ha venido a hacer a este mundo… y lo haga.

Que no nos engañen (más). Olviden todos los anuncios de vendedores de éxito en fascículos y autoayudadores. A veces, nuestro propósito en el mundo no se mide en acumular medallas, poderes, dineros y otros falsos triunfos…. A veces el éxito consiste en ser un buen médico, un buen profesor, un buen panadero. Consiste en coser las suelas de un zapato del mejor modo en que esas suelas pueden ser cosidas, poniendo en cada puntada la conciencia de que, algún día, han de sostener los pasos de alguien que merece nuestro mejor trabajo.

Así de pequeño y así de grande es el Dharma. Tanto que, cuando uno lo pierde (llamémoslo en occidente no encontrar un propósito), es cuando se pregunta, ¡incluso! Si merece la pena seguir viviendo... Para qué, para quién, por qué continuar vivo. Que levante la mano el que nunca jamás se ha sentido perdido. Y aunque el lector —ojalá— haya contado siempre con las fuerzas y las herramientas —que a menudo toman la hermosa forma de personas buenas a nuestro alrededor— para superar los momentos duros, uno puede intuir por dónde empiezan esos abismos que llevan a una persona a la terrible decisión de acabar con la propia vida.

Todos conocemos, más que menos, las vidas arrancadas en esta nueva guerra de veinte años en Afganistán (que lejos de acabar, ahora ha cambiado de manos). Cientos de miles de afganos —en su mayoría civiles—, y miles de soldados en lo que los señores de la guerra denominan ‘daños colaterales’. Sin embargo, hay otras cifras que se callan en las ruedas de prensa y que revela el informe realizado por el Watson Institute, Costs of War (Costes de la guerra) que demuestra que las tasas de suicidio de miembros en activo y veteranos de las tropas americanas de guerras posteriores al 11 de septiembre es más de cuatro veces mayor que el número de muertos en operaciones de guerra. Hasta hoy, 7,057 miembros del servicio murieron en operaciones; 30.177, se suicidaron. De los soldados que abandonaron Afganistán con vida, hoy, 17 se suicidan. Todos los días. Son apenas un ejemplo de las dimensiones de este drama tan grande como desapercibido. Pero también es un ejemplo de las veces en que podemos ver claramente que, aunque fue un suicidio, otro apretó el gatillo. Personas que enviaron a matar a otros, personas que han perdido la casa, el trabajo, las ayudas, la esperanza. Son las aes de Héctor Abad: el aire, agua, alimento, abrigo y afecto y también ese propósito que, en mi opinión, concentran los mínimos imprescindibles que nos sostienen y todos merecemos. Y hay personas ocupando cargos, con nombres y apellidos y el poder de garantizar esos imprescindibles que significan vivir dignamente. Como escribí hace tiempo en un artículo, ‘Saltar al vacío’: “Para que nunca confundamos la falta de sentido para vivir con la falta de medios para lograrlo”. Que es lo mismo que decir que necesitamos de todos los gobiernos que pongan la rueda de la vida en su bandera.

Quienes sí la llevan son Papageno, la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio y la Asociación de Familiares y Amigos Supervivientes por Suicidio de las Islas Baleares (AFASIB). Ellos son los responsables del Premio “Periodismo Responsable”, creado para distinguir a los mejores trabajos que visibilizan la problemática del suicidio que este pasado viernes 10 de septiembre, Día Internacional de la Prevención del Suicidio han cerrado su primera edición en un acto en el Caixa Fórum de Palma.

Pero este premio apenas es la parte más visible de una ardua labor que también merece reconocimiento: La búsqueda de un cambio de actitud en las redacciones a la hora de afrontar el tratamiento del suicidio, con responsabilidad y sensibilidad frente al tabú amparado en el miedo a un falso efecto contagio. No soy nada imparcial en el asunto. Hace mucho que creo con fe firme que lo que no se cuenta no existe, que las palabras te transportan a otros mundos, son memoria, te acompañan, te instruyen, te hacen sentirte comprendido, comprometido.

Y he tenido el inmenso privilegio de recibir el primer premio local en esta primera edición de Periodismo Responsable por ‘Saltar al vacío’, un pequeño artículo publicado en Diario de Ibiza (y posteriormente también en Levante-EMV, Diario Información y Diario de Mallorca entre otros medios de Prensa Ibérica). El reportaje ‘Suicidio: una decisión sin vuelta atrás’, emitido en Radio Nacional de España se llevó el galardón correspondiente a medios nacionales. Además, merecieron accésit los trabajos publicados en El Mundo, La Opinión de Murcia, La Nueva España y dos más para las Pitiusas: Inmaculada Saranova, periodista de Onda Cero Ibiza y Formentera y María José Real, subdirectora del Periódico de Ibiza y Formentera.

Antes de la entrega de premios se celebraron dos mesas redondas en las que se compartieron reflexiones, experiencias y relatos conmovedores que me permitieron conocer en persona a sobrevivientes. Personas que estuvieron en el pico más alto del abismo, pero algo o alguien los salvó. También a otros que en el pedregoso camino de la vida han perdido a un ser querido, a un familiar, a un amigo. Y los unos y los otros —todos héroes—, ahora dedican su tiempo y un amor incuantificable por tratar de evitar que otros pierdan a sus hijos. No se me ocurre más maravilloso Dharma. Como pronunció uno de los participantes de las mesas, el compañero Javier Granda Revilla, en una de las frases del Talmud: «Quien salva una vida salva al mundo entero».

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