La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Breverías 90

Cuando uno llega a cierta edad va asumiendo la importancia de algunas situaciones consideradas hasta entonces de escasa entidad. Yo por ejemplo he de reconocer cierto desconcierto cuando no hace mucho y por primera vez me cedieron el asiento en el metro, habiendo sido hasta entonces yo el que tomaba como algo natural dicha iniciativa con otros pasajeros. La segunda no me afecta todavía pero creo que merece también la categoría de hito en el imparable paso del tiempo. Me refiero a la primera vez que le endilgan a uno la paternalista admonición: «¡Cuidado el escalón!». La tercera situación no suele requerir la presencia del interesado, pues el comentario no va dirigido a nadie en concreto: «Todos lo queríamos mucho».

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Y ya puestos en el paso del tiempo, es notoria su huella en los niños y en los ancianos. Si no hemos visto a un infante en cierto tiempo, la exclamación natural, y que tan poca gracia suele hacerle al destinatario viene a ser: «¡Pero Enriquito, cómo has crecido!».

Con nuestros mayores, al ser los cambios menos espectaculares, no nos percatamos del mismo modo de las heridas infligidas por la edad. Lo que me va a dar pie a comentar la dramática experiencia vivida por mí este verano. Al no haber podido viajar a Suecia en casi dos años por la dichosa pandemia, el reencuentro con ciertos allegados de avanzada edad ha pasado de representar, además de la ocasión de un feliz reencuentro, también la de un dramático encontronazo con la realidad de un acelerado proceso de envejecimiento. Y creo que tampoco en este caso le gustara a alguno de mis interlocutores la expresión que me ronda la cabeza, pero que por supuesto ahí se queda: «¡Pero tío Enrique, cómo has encogido!».

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Aunque todo no han de ser penas. Uno de los gratos reencuentros en el retorno estival a mi país lo ha sido con los clásicos «smörgåsbord». Ya saben, los pantagruélicos bufés escandinavos primorosamente montados: primero los arenques y los salmones, ahumados o marinados, luego los embutidos, a continuación los platos principales, con variadas presentaciones de carne, pescado o pasta, y finalmente una cornucopia de deliciosos postres para rematar el banquete. Y lo curioso es que la magnificiencia de estos bufés no ha decaído, sino que por el contrario se ha reforzado, y ello por una razón muy sencilla; el aumento del coste de la mano de obra, tan dominante en los ricos países nórdicos, no ha afectado a un ingenioso enfoque gastronómico que adelantándose a su tiempo suple tradicionalmente a los camareros con el autoservicio.

Y como siempre la reflexión que me deja el disfrute de esta abundancia de exquisitas viandas suele ser recurrente: «!Qué lástima no disponer de cuatro estómagos como los afortunados bovinos!».

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