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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Memorial de septiembre

Llego a septiembre, y septiembre desfila con su caudal de figuras destempladas, el ruido del odio acosa torvo e infeccioso. La mística del odio destila una hiel que, con cuidada prontitud, ofrecen manos artesanas. Llego cuando el oleaje desborda los cauces. Me pregunto si otras especies, alguna especie distinta de la humana, goza de esa pasmosa habilidad para organizar e infundir el miedo. De replicarlo. Como un rayo que no cesa, algunas personas, algunos grupos políticos, incluso una nación entera pueden quedar hipnotizados por un pasado mental de agravios, de odios supuestamente indisolubles. A pesar de ello, tengo la esperanza, obstinada, de que sea un cuadro psicótico transitorio del que antes que tarde recupere la salud. El esfuerzo por librarse de ese grave trastorno que desenfoca el sentido de la realidad les corresponde a todos.

Cuentan que Tales de Mileto contemplaba absorto las estrellas en la noche cuando en un mal paso cayó al fondo del pozo de su jardín. La criada que lo vio casi se parte de risa, pues no es para menos, que pensando tal altos razonamientos no advirtiese lo más inmediato. La diferencia evidente es que Tales de Mileto fue un sabio incluso en el fondo de un pozo, mientras que aquéllos que miran al pasado creyendo encontrar la razón de su malestar se distraen, por mala fe o ignorancia, de lo verdaderamente importante.

Debería bastarles el testimonio de quienes padecieron tan horrible y vergonzoso desorden emocional. Pero por petulancia, o soberbia, insisten en concebir los hechos de la historia como les habría gustado que hubieran sido. Sin embargo, no requiere ser muy agudo para entender que la realidad de los hechos pasa una sola vez. Los hechos fácticos son como fueron, pueden interpretarse, o imaginarse, pero no sustituirse por otros.

Llego a septiembre, y me encuentro que el fenómeno inflacionario de la política corre la sensatez y alcanza ya la velocidad de escape. Lo real ocupa el subsuelo, por debajo de la línea de visibilidad. El nervio ético va cediendo espacios como un ejército derrotado que abandona en su retirada su impedimenta para luego, con sus debilitados despojos morales, favorecer un escenario de pantomima y efectos de distracctivos. El presidente de España, Pedro Sánchez, ignora lo fáctico y se echa en brazos de lo contrafáctico. La dichosa realidad nos ocasiona tantos disgustos porque con sus abscesos nos descompone la escena bonitamente imaginada. De los deseos, como de los astros, desconocemos qué nos depararán. Septiembre vive bajo el signo de la negación, de la desobediencia a lo real, incluso cierta prensa se despoja también de sus principios deontológicos para negarla, pero, como decía el filósofo Julián Marías: «Es muy grave el olvido de la historia o su deformación porque la realidad siempre se venga del que no cuenta con ella».

Llego a septiembre, y echo la vista atrás cuando la democracia española era una fiesta de conversaciones cruzadas, de largas jornadas de contento, coronadas por sobre de nuestras cabezas, en lo alto y junto a las lámparas, por el humo de los cigarrillos y las voces entusiastas, por debajo sustentada por la dialéctica veloz de una juventud que acepta entusiasmada, como parte del juego, con naturalidad, la diversidad ideológica. Una juventud que recibió la revolución sexual con gozo, cada cual practicante libertario de su designio sexual y desde un ambiente libérrimo y de respeto. Sin duda era un escenario festivo y naturalizado, hasta que una izquierda desnortada sustituyera la fracasada lucha de clases por el caldo de un pensamiento post-estructuralista que transforma la identidad e intimidad de los individuos, su despiece emocional, en ideología extrema de género para, con rencor, dar continuidad a la fracasada lucha de clases.

Llego a septiembre, y ese odio parece un rayo que no cesa. Leo, pero no es una novedad, porque siempre leo. Y alcanza mi vista el asombro de los biólogos ante el hecho de que, animales que se consideraban extintos desde decenas de años o siglos, aparecen vivitos. En exacta simetría con el temible animal del odio que, desde el fondo de las trincheras fratricidas y que parecía extinto, revive vigoroso en España.

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