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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Demasiadas incertidumbres

La mayoría de encuestas internas de los partidos subrayan el afianzamiento electoral de los populares y el creciente menoscabo en la imagen de Pedro Sánchez. El goteo de las cifras genera ansiedad por razones opuestas: el PP necesita un ritmo acelerado –las elecciones cuanto antes mejor– y el PSOE, uno más pausado. Salvo sorpresas de última hora, Sánchez ha decidido detener el partido a la espera de que los millones de Bruselas, la recuperación de la economía y el paso del tiempo jueguen a su favor. Sabe que el problema catalán se encuentra desactivado a unos años vista –con ambos presidentes atados a la mesa del diálogo– y que, en el último semestre de la legislatura, la presidencia rotatoria de España en la Unión relanzará su perfil internacional. Son fotos que se traducirán en titulares y quizás en unos cuantos votos. Que Sánchez se haya rajoyizado no debería extrañarnos, ya que el último tramo de la carrera por el poder depende más de la resistencia que de la velocidad. Casado también lo sabe, aunque sus adversarios son otros: Vox por un lado, que capta parte del voto natural de su partido y, sobre todo, dificulta su margen de negociación con los partidos regionales y, por otro, las ambiciones internas de los distintos barones, cada uno con su cuota de intereses. Casado quiere volar; Sánchez, frenar y, dado que sólo puede haber un presidente, ahora toca permanecer a la expectativa.

Pronto llegarán las elecciones autonómicas, primera prueba de fuego para ambos partidos. Que Andalucía ha virado hacia el centroderecha parece un hecho probado y las encuestas sugieren que un movimiento similar podría estar dándose también en Valencia, a pesar del mediático Ximo Puig. En Cataluña, sin embargo, parece que se consolida el voto al PSC, en un giro hacia el pragmatismo –ERC y/o PSC– del votante catalán. En Baleares, Margalida Prohens podría gozar de una oportunidad frente a Francina Armengol, después de un duelo entre mujeres cuyo desenlace se dirimirá seguramente en la capital del archipiélago. Las autonomías, en todo caso, indican algo; pero no tanto como se cree. El poker nacional se juega con otra baraja.

La ventaja de Sánchez es el tiempo y su desventaja, las posibles sorpresas negativas. Económicas, sobre todo. Tras la normalización de la epidemia, el repunte de las economías se enfrenta a importantes cuellos de botella: un endeudamiento desbocado y una inflación que amenaza también con desmandarse. Por supuesto, la macroeconomía puede ir por un lugar y el bolsillo del ciudadano por otro. Ninguna subida del salario mínimo compensa la subida de la luz o de los carburantes. Ningún alza en el sueldo de los funcionarios arrincona los efectos de los precios de la vivienda o del alquiler. El empobrecimiento paulatino e incesante de una sociedad, desde hace al menos dos décadas, no se revierte con unas décimas del PIB, que ni siquiera llegan a la mayoría de los ciudadanos.

Algunos economistas empiezan a temer un estallido económico como consecuencia de la trampa de la deuda y de la inflación. Es posible, aunque en igual medida que su opuesto. A largo plazo, sin embargo, las tendencias se encuentran definidas y ni Casado ni Sánchez parecen tener mucho que decir mientras nos enfangamos en debates irreales o irrelevantes. Más pobreza supone más malestar y una creciente fractura social que terminaremos pagando todos.

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