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Observatorio

La erupción de 2021 en La Palma del Volcán Cabeza de Vaca

La erupción de 2021 en La Palma del Volcán Cabeza de Vaca

Esta espectacular erupción volcánica a la que estamos asistiendo en la isla de La Palma me retrotrae a la anterior del Teneguía, también ocurrida en La Palma hace justo medio siglo. El espectáculo, especialmente en la noche, abruma por su magnitud, mayor que la del Teneguía posiblemente en un orden de magnitud. El fascinante fenómeno inspira sin embargo sentimientos encontrados. Por una parte, asombro por el poder de la naturaleza. Por otra, pesar por el sufrimiento de las personas afectadas. Si bien la impecable actuación de todos los implicados en la vigilancia y manejo de esta crisis sísmica y eruptiva ha permitido que ocurra sin daño a las personas, no se ha podido impedir que muchas pierdan sus casas, terrenos y, en síntesis, gran parte de su trabajo de toda una vida.

Las cosas eran muy diferentes en la erupción del Teneguía, a la que asistí formando parte del equipo científico encargado de su seguimiento. No había, ni con mucho, los medios instrumentales y humanos de los que ahora se dispone, reducidos apenas a unos cuantos geólogos muy jóvenes de la Universidad Complutense, casi todos realizando su tesis doctoral con el profesor José María Fúster, que lideraba el grupo de trabajo. Nada de sismómetros o equipos sofisticados. Unos pirómetros ópticos para medir la temperatura de la lava, tubos para la recogida de gases y poco más. De hecho, la detección de la inminente erupción fue comunicada a la embajada española en Madrid… por ¡la Agencia Central de Inteligencia americana, la famosa CIA! En plena guerra fría, los únicos sismómetros operativos en La Palma consistían en una red de hidrófonos en Puerto Naos, que se adentraban más de 15 km en el mar como parte del US Sound Surveillance System (SOSUS), para vigilar el paso de submarinos soviéticos por el Atlántico. Hugo Castro, que trabajaba en esa instalación americana, contaba que se registraron, como ahora, miles de “sonidos submarinos”, que una vez interpretados como terremotos (aún imperceptibles) lo comunicaron a la US Navy y ésta a la embajada americana en Madrid que, a su vez, informó a la cátedra de Geología de la Universidad Complutense que se apresuró a enviar un grupo de asesoramiento a Fuencaliente, pero ya iniciada la erupción.

Para mí el Teneguía fue una experiencia inolvidable. Tanto es así que enfocó totalmente mi actividad profesional al estudio del volcanismo. Terminada mi tesis doctoral ingresé en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y, en esta institución dediqué mis esfuerzos de 50 años al estudio del volcanismo por todo el mundo, pero siempre con el propósito de obtener información que pudiera aplicarse al mejor conocimiento del volcanismo canario, a veces en erupciones “tranquilas” y espectaculares, y en otras, de enorme dolor y tristeza, como la de 1985 del Nevado del Ruiz (Colombia), donde 25.000 personas murieron en condiciones trágicas en Armero, arrasado por un espantoso lahar.

Ese largo tiempo transcurrido del Teneguía (1971) al Cabeza de Vaca (2021), no ha estado exento de polémicas y controversias, casi siempre suscitadas por la renuencia a mejorar la casi inexistente instrumentación destinada a la vigilancia del riesgo eruptivo en el Archipiélago, como por las frecuentes falsas alarmas generadas por declaraciones en los medios de comunicación de pretendidas erupciones inminentes del Teide o en alguna otra isla, incluso determinando una fecha para tal evento. El Instituto Geográfico Nacional (IGN), que ahora dispone de los medios necesarios para este fin, como demostró en la erupción submarina de 2011 en El Hierro, y con creces ahora en esta de La Palma, se resistía a considerar algo tan evidente como que la sismicidad en las islas volcánicas oceánicas tiene necesariamente que ser contemplada de forma diferente a la de tipo continental que corresponde a la España peninsular. En el caso de Canarias, la sismicidad no es un fin, sino el medio más poderoso y prácticamente único junto a las deformaciones del terreno, para la detección temprana y seguimiento de las erupciones volcánicas. Todo el mundo pudo apreciarlo en 2011 en El Hierro, y de forma incontrovertible en esta nueva erupción. El IGN tiene ahora no sólo la responsabilidad por ley de la vigilancia del volcanismo en Canarias, sino también los medios instrumentales y técnicos para esta delicada misión, y esto a un nivel que no tiene mucho que envidiar a los sistemas más avanzados de otros escenarios volcánicos. Un paso enorme que, además de darnos confianza y tranquilidad a los que aquí vivimos, protege la imagen de estas islas que, no olvidemos, tiene su recurso fundamental en el turismo.

El Volcán Cabeza de Vaca supone ahora mismo dolor y pérdidas para muchos palmeros, pero afortunadamente sin tener que lamentar víctimas. El tipo de las erupciones canarias es muy poco propenso a ocasionar daños personales, como atestiguan las ya numerosas ocurrencias en tiempos históricos. Y en contrapartida, esta erupción ha terminado de poner La Palma en el mapa mundial con una impagable publicidad global de sus enormes atractivos turísticos, entre ellos y no menor, el de su espectacular volcanismo. En unos meses, el Cabeza de Vaca será un elemento más del paisaje palmero y tema de conversación y de investigación en Volcanología para mejorar aún más los recursos científicos y técnicos para otra erupción que, sin duda, ocurrirá en esta isla en el futuro. Y tal vez regale a la isla terrenos ganados al mar como ocurrió en 1949.

Pasada ya la época de actuaciones disparatadas que tenían su impacto en la imagen de las Canarias en los medios nacionales y foráneos (como aquello de “Terrorife”, el Volcán de Octubre, el derrumbe de Cumbre Vieja y tantas otras falsas alarmas sin fundamento científico que, lógicamente, nunca ocurrieron, pero sí intranquilizaron a la población y deterioraron inmerecidamente la imagen de Canarias). El último caso insólito se dio en la erupción de La Restinga, en 2011 en El Hierro. En esa ocasión miembros del Pevolca se empecinaron en interpretar la materia blanca que formaba el núcleo de las bombas que aparecieron flotando durante la erupción (las famosas “restingolitas”) como riolita, un material magmático muy rico en sílice y gases y extraordinariamente explosivo y peligroso, aunque apenas representado en El Hierro. Esa interpretación acientífica motivó sucesivas evacuaciones de La Restinga, cuando en realidad ese material blanco no era otra cosa que un inocuo residuo de los sedimentos oceánicos que forman la capa de varios kilómetros de espesor sobre la que se han levantado las Canarias. Dicho en román paladino, arenas arrastradas del continente africano con su correspondiente microfauna marina, englobados por el magma basáltico y elevados hasta la superficie. ¿Magma riolítico con fauna? De ahí mi desafortunada, pero cierta, manifestación de que “mis colegas extranjeros se partían de risa”.

Todo eso queda afortunadamente atrás. Lo mismo que en muchas ocasiones me sentía abochornado por declaraciones insólitas por lo disparatadas, ahora me encuentro orgulloso de sentirme español y canario por cómo todos, absolutamente todos los que han intervenido en esta nueva crisis lo han hecho de forma mesurada e impecable. Difícilmente se puede mejorar la actuación de los responsables políticos, las instituciones científicas y los integrantes del Pevolca, los encargados de Protección Civil y las fuerzas de seguridad. Muchos le deben mucho a unos pocos.

Mi reconocimiento y agradecimiento.

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