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Joaquín Rábago

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Joaquín Rábago

Los “afectos” importan hoy en política tanto como los intereses económicos

En las sociedades contemporáneas, los “afectos” importan muchas veces tanto como los puros intereses económicos, y esto lo han comprendido mejor que nadie los partidos populistas.

Es algo sobre lo que han teorizado algunos pensadores post-marxistas como Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, así como el el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon.

Desde el otro extremo del espectro ideológico, la Agrupación Nacional francesa, de Marine Le Pen, también lo ha entendido aunque, a diferencia de la izquierda, no como proyecto de emancipación, sino todo lo contrario.

Como señala el historiador y sociólogo francés Pierre Rosanvallon en relación con el movimiento de los “Chalecos amarillos”, para entender los movimientos sociales actuales, no bastan las estadísticas sobre salarios o desigualdades (1).

Si decenas de miles de franceses se lanzaron a las calles a protestar violentamente fue sobre todo por “la sensación visceral de ser despreciados por los de arriba, por gente que habla un lenguaje distinto y que es incapaz de entenderlos”.

“En la visión tradicional de la lucha de clases, el empresario y los asalariados ocupan posiciones antagónicas”, y ex es significativo, explica Rosanvallon, que a los “chalecos amarillos” no se les ocurriese en ningún momento atacar, por ejemplo, la sede de la patronal francesa.

El desprecio social no es nada nuevo. Es algo que siempre ha existido, pero quienes antes ocupaban la parte inferior de la escala social habían logrado construir un “sentimiento de orgullo” gracias a sus organizaciones colectivas como los sindicatos o los partidos políticos.

Es algo que resultaba muy visible en el antiguo universo comunista, explica Rosavallon. Muchos estaban orgullosos de su condición obrera.

El trabajo era algo que los dignificaba. Y además pensaban que el futuro les pertenecía. Pero ese “orgullo de clase” se ha pulverizado y ha sido sustituido por algo tan negativo como es el “resentimiento”.

Para Rosanvaillon, Emmanuel Macron “encarna el proyecto de una vuelta a la pura racionalidad social. El presidente francés cree que el malestar social que ve en torno suyo sólo tiene una explicación: una percepción equivocada y sesgada de la realidad social”. Es la suya una “filosofía del poder y de la sociedad”, a la que no le falta una dimensión tecnocrática, que le impide entender, por ejemplo, sostiene Rosanvaillon, el fenómeno de los “chalecos amarillos” o el movimiento de protesta en ese mismo país contra la reforma de las pensiones.

Antiguamente, las grandes reformas estructurales se negociaban con sindicatos más fuertes que los actuales. Un sindicato, explica el pensador francés, es una “potencia de intermediación” entre los sentimientos personales y las realidades colectivas. Pero eso no ocurre ya hoy.

Según Rosanvaillon, en la actualidad se da un fenómeno que él califica de “profundización de la individualidad, vivida como un derecho”. Cada cual quiere que se le respete en tal que “persona particular”.

Para el historiador francés, la solución pasa por no instrumentalizar el miedo de la gente, como hace la ultraderecha reaccionaria, sino que es preciso “desarrollar una estrategia de reducción de la incertidumbre”.

El filósofo inglés Thomas Hobbes definía al Estado como “un reductor de incertidumbres”, y ése debe ser también el papel del trabajo intelectual, explica.

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