La Provincia - Diario de Las Palmas

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Ángel Tristán Pimienta

Y ahora reflexionemos sobre el volcán, pero no encima

Mientras estábamos en la ladera del volcán San Antonio, un magnífico anfiteatro con vistas al recién parido Teneguía, viendo como la lengua de lava caminaba despacito hacía abajo, hacía la costa, nos impresionaba su ‘majestuosa fuerza’. En las fotos en blanco y negro, ya amarillentas, no se aprecian bien las condiciones de su poder destructor: el color rojo, de magma recién salido de las profundidades, el chasquido y el chispazo que incendiaba los matorrales a su paso…. Un guardia civil, entonces el uniforme incluía el tricornio acharolado, comentaba a los periodistas que “menos mal que por aquí todo es desierto, no hay casas, que si las hubiera eso de ahí se las comería”.

Fue hace exactamente cincuenta años. Un montón. La Palma no llegaba a los 74.000 habitantes; ahora tiene más de 85.000. El año anterior, 1970, llegaron 2.500 turistas extranjeros, que subieron ligeramente en 1971…. Y que hoy día, según datos de AENA, se han disparado hasta los 260.000, antes de la pandemia, claro. Por lo tanto las plazas hoteleras han subido proporcionalmente. También los residentes europeos atraídos por su tranquilidad y su impresionante y contradictorio paisaje: negra lava y verdísimas plataneras. Y silencio y noches estrelladas.

Aquél Teneguía que nació en octubre de 1971, era muy parecido a este de 2021. Alguien me comentaba unos días antes del estallido, en la barra del Parador Nacional, que se estaba produciendo el parto. Los ruidos, el enjambre de seísmos, de menos a más intensidad, el abombamiento del terreno, el olor a azufre… Muchos tomaban como referencia el de San Juan de 1949. Los estampidos, el chorro de lava, la humareda, las cenizas, la formación del cono principal, y de algunos secundarios, el magma y la tierra quemada… Todo se está repitiendo.

La única gran diferencia no está, o al menos no solamente, en el volcán; está en que antes no había casas en el caminar de la lava hacia el mar, y ahora sí que las hay, o las hubo hasta que fueron derribadas y engullidas. Tampoco había cultivos importantes en la costa, que yo recuerde, donde la masa ardiente formaba cortinas de vapor que se levantaban cientos de metros.

La catástrofe ha sido esa: la ocupación de un paisaje en plena zona volcánica. ‘De fabuloso espectáculo a fabuloso negocio’, titulaba una de mis crónicas a LA PROVINCIA. Cuando se perimetró la zona peligrosa y el gobernador civil Del Valle Menéndez, ingeniero de minas, dio luz verde al gentío, que iba ocupando laderas a unos cientos de metros, empezaron a llegar curiosos de todo el Archipiélago, hasta colegios, y turismo peninsular, sobre todo.

Pudo hablarse de ‘sublime’, de ‘grandioso’, de ‘festival de las fuerzas de la naturaleza’. Hoy no. Hoy nada de esto refleja la nueva realidad: una tremenda catástrofe: cientos de hogares enterrados bajo ocho, diez, veinte metros de lava; cientos de familias, pues, miles de personas, que lo han perdido todo. “Hasta las fotos de la abuela se han quedado allí…” señalaba una mujer en la tele.

Sí. Al presidente canario, Ángel Víctor Torres, solo le quedaba –toco madera por si las moscas- gestionar este volcán y este drama, además de la pandemia, de un voraz incendio, de los daños conjuntos al tejido económico, y al social… Y ha acometido el desafío con empuje, compromiso, inteligencia…y serenidad. La prensa nacional ha destacado la singularidad canaria: un presidente regional socialista trabajando en paz y compañía con un presidente popular al frente del Cabildo Insular. Sin pullas ni puñaladas. No sé si Pablo Casado habrá sacado alguna conclusión al respecto.

Los Reyes, Felipe VI y Leticia, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que puso por encima de su viaje a la ONU la tragedia que viven los palmeros, y todos los canarios… Todos han actuado con celeridad, unidos, tomando medidas de emergencia pero también adoptando decisiones para el medio y el largo plazo: proporcionar alojamiento inmediato, hasta con la compra por la vía urgente de más de cien viviendas, poniendo los cimientos de un auténtico ‘plan de reconstrucción’, trabajando para la recuperación de las infraestructuras dañadas, agilizando los papeleos para subvenciones y ayudas especiales, tantas veces más burrocráticos que burocráticos, y más ahora con un teletrabajo que en ocasiones tiene más de tele que de trabajo, y que puede convertirse en una barrera más que se levanta entre el administrador y el administrado…

Pero hay un aspecto que hay que tocar, aunque no sea fácil porque los sentimientos, la desolación por la pérdida de toda una vida de esfuerzo y sacrificio, el estrés post traumático incluso… todo está pasando todavía. Aún no es ayer. Pero hay que empezar a hacer una reflexión colectiva no solo en La Palma sino en el Archipiélago, y no solo por el volcán, sino por las amenazas y los riesgos concretos del calentamiento global y el cambio climático. No se puede seguir construyendo ni en las laderas de las montañas y riscales ni en las cercanías de los volcanes, porque el clima isleño se esta tropicalizando a marchas aceleradas y otra Delta puede ser terrible. Los ‘planes generales’ y las leyes medioambientales ya tienen que adecuarse a estos desafíos para evitar males mayores.

Es duro de aceptar, pero sinceramente, es lo que hay. No parece sensato volver a construir en el reino de los volcanes. El San Juan en1949, el Teneguía en 1971, este de ahora, medio siglo después… Hay que aplicar el principio de precaución o de prudencia.

Quizás una fórmula sea ampliar el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente o plantear uno nuevo en la Cumbre Vieja. Y asumir una verdad incómoda pero muy pragmática y pegada a la realidad: el negocio platanero tal como está vive subvencionado por la Unión Europea, y siempre puede y debe tener presencia como formante del paisaje. Es cierto que forma parte de la cultura, la memoria y las señas de identidad palmeras…

Pero hay momentos en que hay que corregir unos grados el rumbo. Una ‘ruta de los volcanes’ y una apuesta por un turismo geográfico y naturalista sostenible puede acercar para muchos palmeros de ahora o del por venir algo que parece alejarse: un futuro más seguro. Reflexionemos, pues, sin que las lágrimas nos empañen la visión y el sentido de supervivencia. No desafiemos a las fuerzas de la naturaleza. Ellas siempre ganan si se les falta el respeto… y si la poesía y no la cautela y la lógica científica, y a veces la presión sentimental vecinal contamina el urbanismo.

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