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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

La bestia y los palmeros

La Palma se ha convertido en un concentrado de virtudes y desafueros. Lo peor y lo mejor de la condición humana se congrega alrededor de la erupción de Cumbre Vieja, en lo más parecido a una tropa colonizadora que ha llegado al punto donde la tribu de la isla observa, atemorizada, como las entrañas de sus montañas empiezan a echar fuego.

Una fauna en su más variada tipología escarba con morbo en la destrucción, ofreciendo de manera repetitiva y hasta convulsa la vivienda que resulta arrastrada por la fuerza de la lava. Por no hablar del desfile inasequible al desaliento de la búsqueda de testimonios forzados y desconsolados entre los que recogen unas pocas pertenencias de sus casas, congelados en el instante mismo en que pasan a ser parias colgados del trapecio de la vida. La lucha bajo el calor metalúrgico y la ceniza triturada está entre la fijeza hipnótica del fenómeno y todas las biografías desarboladas: el visor de una cámara permanece la noche entera enfocando las fisuras, de manera que a cualquier hora de la madrugada uno se levanta, enciende el monitor y puede ver desde su insomnio el tótem del salón, a la bestia escupiendo sus miserias sobre el cielo y la tierra de La Palma. La espectacularización de una realidad en la que reina la confusión más absoluta, no solo explosiva por los materiales de las profundidades terráqueas, sino por los geólogos, geofísicos, físicos, vulcanólogos, pevolquianos (del Pevolca), involquianos (de Involcan), meteorólogos, bustos parlantes nacionales, periodistas más o menos intrépidos, fotógrafos a la caza de la imagen del año, manipuladores por libre de drones... Un estado de sobresaturación tan denso como el mismo magma que baja barranco abajo; una locura, quizás la mejor representación del siglo en que vivimos, que ha tomado por asalto el paraíso -nunca mejor dicho por El Paraíso incinerado- para descuajeringar la senda poética de la ínsula, remanso afortunado del palmero cuyas horas transcurren sin la bomba del tiempo. Y lo paradójico es que el palmero, flirteado ahora por políticos que quieren ser políticos exprés de ayudas y viviendas, se resigna y acoge en su seno el malaje del protagonismo: sabe que de ello dependerá, en última instancia, que se concreten las burbujas de champán que les derraman sobre sus ropas prestadas. El signo del desquicie es que sin trending topic no hay nada que hacer. Una vez desaparecida la casa con el amasijo, queda la furia que hará que La Palma sea un día y otro cuestión del BOC, del presidente Sánchez, de Torres, de la ONU, de Román y del planeta entero... Llevan siglos de transmutación, de la caña de azúcar al malvasía pasando por la seda y la cochinilla, hasta llegar la plátano, la Reserva de la Biosfera y el IAC del Roque de los Muchachos. Un zafarrancho permanente que Domingo Pérez Minik apuntala así: «que nuestra existencia vaya perdiendo ese imperativo geológico radicado entre el recuerdo de un paraíso perdido y un purgatorio opresor de abandono».

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