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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

De exiliados y fugitivo

Nuevos episodios sobre las andanzas europeas de Carles Puigdemont, que lleva huido de la Justicia española desde el día siguiente a la proclamación de la non nata República catalana (27 de octubre de 2017). Una gamberrada que apenas duró medio minuto entre su anuncio ante el Parlament y su inmediata retirada antes de que algún despistado pudiera creer que aquello iba en serio. No obstante, el gamberro, consciente de que la broma había llegado demasiado lejos, puso pies en polvorosa y en compañía de sus más fieles seguidores huyó a Bélgica, al parecer escondido en el maletero de un coche. El Gobierno español debería haber esperado a que el señor Puigdemont se cociera en su propio jugo (a enemigo que huye, puente de plata) pero se empeñó en lograr su extradición siguiendo un proceloso trámite judicial plagado de incidentes procesales retardatarios. Los abogados del expresidente de la Generalitat son gente avezada en enredar los procedimientos con cuestiones prejudiciales y hasta la fecha los tribunales belgas, alemanes y ahora italianos les han dado la razón. Y así está la pelea. Lo que se debate es si la legislación penal de esos países alberga unas figuras de delito equivalentes a las de rebelión y sedición, a los efectos de cumplimentar la euroorden impulsada por la Justicia española. Nadie duda que a la larga el Estado español llevará el gato al agua, como suele decirse, pero mientras tanto estamos condenados a sufrir todas las ocurrencias de los implicados en este vodevil. Una oportunidad que el señor Puigdemont seguramente no desaprovechará. Lo último que ha dicho es que “España no pierde la ocasión de hacer el ridículo”. Los dirigentes del PSOE y de ERC temieron que Junts siguiendo instrucciones de Puigdemont intentase boicotear la Mesa de diálogo propiciada por Pedro Sánchez y Pere Aragonés, pero tal parece que esa posibilidad no saldrá adelante. La detención y rápida puesta en libertad del expresidente de la Generalitat en Cerdeña ha servido en cambio para desatar la fantasía de que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) estaba detrás de esas operaciones. La importancia política que se atribuye a sí mismo el señor Puigdemont es un tanto ridícula. Llegó al cargo por eliminación y renuncia de otros diputados de la candidatura de Artur Mas y luego se apuntó al independentismo de derechas más radical. A la causa republicana en el Estado español no le hace ningún favor porque esa clase de catalanismo es excluyente e insolidario. La situación personal de Carles Puigdemont no puede calificarse propiamente de exilio ni de destierro. Vive a cuerpo de rey en la localidad belga de Waterloo y allí recibe a sus correligionarios y financiadores a la espera de que el panorama se aclare. Al exilio fueron muchos de nuestros mejores intelectuales y artistas (Buñuel, Machado, Madariaga, Victoria Kent, María Zambrano, Fernando de los Ríos, Cernuda, Sender, Max Aub, Salinas, Alberti, Ayala, Barea, León Felipe, Jovellanos, Cadalso, Goya y otros más que harían la lista interminable). Un respeto.

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