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Juan Gaitán

El ruido y la furia

Juan Gaitán

Reyes

Si en el mundo todo fuese hereditario yo sería tornero, ajustador matricero, y no estaría aquí, prosando estas líneas mientras la mañana levanta el vuelo y la luz se asoma a la ventana para darme los buenos días. Si los hijos heredásemos, indefectiblemente, la labor de nuestros padres, eso que los sociólogos llaman, no sin cierta cursilería, «el ascensor social» no sería siquiera una escalera. Todos estaríamos destinados desde antes de nacer a ser lo que son nuestros padres, lo que fueron los abuelos, en lo bueno, en lo malo y en lo imposible (imaginen ser hijo de Velázquez, de Quevedo, de Beethoven, de Hitler, de Stalin, de Platón…).

Hay leyes inexorables, sin embargo, en esto de lo hereditario. Yo soy calvo por esa ley, pero sobre mi pelada cabeza no pende o descansa, según los días, una dorada corona. Ni lo hará jamás, porque no nací hijo de rey, sino hijo de un tornero del heredé un «pie de rey», pero es solo es el nombre de un instrumento de medida que guardo posado sobre los libros que he escrito para no olvidar de dónde vengo y cuál es mi verdadera medida.

Pero la monarquía sí es un negocio familiar que se traspasa de padre a hijo a través de los siglos sin que nadie pueda entrar en el exclusivo juego del que tampoco es frecuente que salga nadie por voluntad propia. Al hilo de esto, por cierto, me surge una duda: si por heredar un pisito en una barriada del extrarradio se paga un dineral en concepto de Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones, ¿cuánto se paga por heredar un reino, así, enterito, con sus costas y sus campos, sus cimas y sus valles?.

Pero a lo que vamos. Ahora la Fiscalía del Tribunal Supremo ha renunciado a presentar una querella contra el rey Emérito de España ante los obstáculo legales que ha encontrado para pedir su imputación. Dicho de otra forma, no vamos a saber si cometió o no delitos fiscales y otros relacionados con sus negocios privados. Era de esperar que ocurriera esto. No conviene que un rey sea declarado delincuente, por más pruebas que parezcan apuntar a esa posibilidad, tan sujeta, por otro lado, a la costumbre, porque si uno echa la vista atrás, se toma la molestia de ir a la estantería y consultar un libro de historia, o teclear en Google, que es más moderno (pero peor), podrá comprobar sin necesidad de grandes cálculos que a lo largo de la historia han sido muchísimos más los reyes deshonestos, cuando no crueles o simplemente despreciables, que aquellos que merecieron el respeto y el afecto de sus súbditos, palabra a la que tengo muy, pero que muy poco afecto, porque viene de «someter, poner debajo», y de eso ya está bien, creo que ya está bien.

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