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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

‘El juego del calamar’ sin filtro

La cruenta y deshumanizada serie El juego del calamar provoca que niños de colegios que no pueden verla (pero lo hacen o les dejan sus padres) quieran aplicar en su entorno de juegos la atrocidad más grande que emana del engendro: el que pierde es eliminado, fulminado por un disparo que le revienta órganos y arterias. Los profesores han alertado a los progenitores sobre las consecuencias del mensaje en sus mentes. Vi parte del primer capítulo y me quedé estupefacto; sobrecogido al observar como unas personas, en riesgo de exclusión, se integraban en un juego de supervivencia cuyo premio les resolvería la vida. Acaban sometidos al espeluznante paseíllo tras ser captados por una secta de enmascarados que los confina en una especie de campo de concentración, donde todos son vigilados. Da igual que los protagonistas de la serie sean coreanos, no es un dato determinante. La potencia taladradora del género está en mostrar lo fácil que es morir cuando el individuo se encuentra desesperado, aniquilado moralmente, y pone su vida a disposición de una sociedad secreta que lo salvará o acabará con él. Hay miles y miles de personas enganchadas a El juego del calamar, absortos, atraídos y seducidos por la satisfacción que les produce conocer lo simple que es matar a otro. Algunos me acusarán de un juicio precipitado sobre la serie, pero me han bastado unos pocos minutos para pensar en los neonazis, en el Holocausto, en las peores sectas y también en una noticia que hace unas semanas me aturdió: un niño de 14 años tira a una amiga por la ventana para «saber qué se siente al matar». Es evidente, y gracias, que una gran mayoría de la sociedad dispone de filtros para interpretar y actuar en consecuencia, pero la alerta se enciende -tal como han advertido los profesores- frente al mundo de la niñez y adolescencia, a los que no se los puede poner delante de esta animalada de la misma manera que se les mete una tarde en un parque de atracciones. Espero que esta columna no sirva para alimentar el morbo.

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