La Provincia - Diario de Las Palmas

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Vislumbres de los nuevos mundos

Europa y su percepción

Empiezo este artículo aclarando mi posición a favor de la construcción europea, no solo en sus términos actuales, sino apostando por la profundización en su construcción. Creo que en el mundo en que vivimos se hace imprescindible que países como el nuestro, de un peso intermedio, se integren en regiones geopolíticas más amplias como es el caso de la Unión Europea para no caer en la irrelevancia y mejorar nuestro bienestar socioeconómico.

Desde la coordinación estrecha con otros países podemos aumentar nuestra capacidad de influencia en el mundo y también generar espacios económicos integrados que doten a nuestro país de una escala más adecuada para el funcionamiento de nuestra economía aportando, entre otros beneficios, un mercado más amplio a nuestros productos y servicios.

Los Estados-Nación que están en el origen de la Unión Europea buscaron su integración, en primer lugar, económica, con la imbricación de intereses compartidos, con la política de «des solidarités de faits», para evitar reeditar los conflictos bélicos que asolaron el continente europeo y le llevaron a perder su posición dominante en el mundo.

También se buscaba favorecer un crecimiento económico que hiciera posible crear un polo de desarrollo en la Europa occidental con el que hacer frente a un expansionismo soviético que intentaba ganarse a las poblaciones trabajadoras de la Europa no comunista-en un contexto de Guerra Fría-para, posteriormente, asaltar el poder con el apoyo de los partidos que se movían en su esfera de influencia.

Al margen de estos y otros objetivos que estuvieron en su origen quisiera destacar otro factor principal que ha jugado a favor de la integración europea: la crisis de los Estados-Nación y el debilitamiento de sus soberanías en el marco de un mundo cada vez más globalizado.

Los Estados-Nación han perdido en una parte muy considerable de su capacidad para establecer, de manera autónoma, sus políticas, la interdependencia complejiza la adopción de decisiones y, en muchas ocasiones, los Gobiernos de los Estados deben seguir políticas que han sido decididas no en el ámbito nacional sino en el transnacional y que, de alguna manera, se les impone.

Esto no siempre es aceptado de buen grado por la población que ve como se hurta a su decisión democrática cada vez más ámbitos de materias que son centralizados por la Unión Europea. Si las políticas son propicias al bienestar de la población, como es lógico, son aceptadas generalmente sin reservas, e, incluso, los Gobiernos nacionales intentan presentarlas como propias.

Sin embargo, si las políticas implican sacrificios, el rechazo de la ciudadanía hacia la Unión Europea se intensifica culpándola del perjuicio; en estos casos, los Gobiernos nacionales suelen responsabilizar a la Unión y desentenderse de su autoría. De todo esto se deduce que la percepción que tienen los ciudadanos europeos está muy sesgada y, no pocas veces, no es muy equilibrada, siendo, muy a menudo, el desapego o incluso el rechazo lo que predomina.

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