La Provincia - Diario de Las Palmas

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Micaela Sagaseta Paradas

Homenaje a ‘El Corredera’

Juan García Suárez fue el último sentenciado a pena de muerte

por garrote vil en España | Fue asesinado el 19 de octubre de 1959

Golpe de Estado fascista en España. / Año funesto de 1936 / Un reguero de guerra convierte el pais / en gran campo de muerte, sangre y devastación. / El holocausto español, pare en julio, / su terrorífica andadura. /Justo en las Islas Canarias, / empieza la represión, la matanza, los fusilamientos. / Viles garrotes, se esparcen por doquier. / Tanto fue el terror, que aún hoy siguen destilando / leyes represivas, exilios, prisiones, multas, desaparecidos. / Cunetas, pozos y escondrijos de toda España, / enhebran todavía, el mapa silente de huesos, / testigos mudos de un tiempo interminable / de horror y podredumbre. / Una profunda fragancia de odio atroz / fascista, azul, falangista, católico y terrateniente, / invadió el país, alimentando las masacres. / Aún perdura ese fétido olor, / ¡cuan penetrante sería! / que ni un cambio de centuria, / ha podido desterrarlo de caminos ni veredas, / de cielos ni de ciudades, / ni de las mentes y los corazones / de los hijos, nietos y bisnietos / de aquellos franquistas, falangistas y / recalcitrantes santurrones españoles.

Vamos al caso. / Todos sentados. / Pónganse la mano en la nuca, / adivinen donde está su hipófisis, / póngansela. / Levanten un poco sus posaderas, / y con la otra mano, / y métanse debajo una manta doblada. / Ahora sí, están en la altura precisa.

El verdugo asesino, Sánchez el sevillano / ajusta el cuerpo de Juan / en la maquinaria mortal. / Gira el torniquete sin atisbo de piedad. / El suplicio inquisitorial / va a depender de su vigor, de su pericia / y de la fortaleza ósea del condenado. / Una muerte lenta, esperpéntica, / o rápida e inmediata. / Muerte al fin, tenebrosa, infalible y sanguinaria. / Así, así mataron, salvajemente / a Juan García el Corredera / en Las Palmas de Gran Canaria en 1959. / Y siguieron haciéndolo en toda España / hasta 1974.

¿Qué hizo este hombre? / Irse al monte, tras el Golpe de Estado, / a resistir. / Era comunista y hombre de paz. / En Telde, un hervidero de progresistas y republicanos, / todos los vecinos, eran blanco de los sublevados. / Juan se esconde en cuevas cumbreras / durante años. / Vengó la honra de su madre y hermana. / Un carnicero cruel, falangista y desalmado / las ultrajó en su ausencia. / La sangre le hervía a Juan; bajó a buscarlo / y en un forcejeo entre filetes, sesos y morcillas / muere el matarife fascista. / Sigue la huida de Juan. / Le persiguen y le ponen una trampa. / La guardia civil lo encuentra, / él se defiende y en el tiroteo, muere / un número de «la autoridad». / Herido y apresado Juan, / es sometido a un juicio civil y a un Consejo de Guerra / amañado y con sentencia dictada de antemano. / Es condenado a la pena capital. / Se moviliza toda la isla, el Obispo / la intelectualidad, médicos, abogados, farmacéuticos, / obreros, profesorado, tabaqueros, mujeres / gente de toda condición. / Voces dispares piden clemencia y llegan a Franco / suplicatorios de indulto. / El sátrapa los recibe, pescando en su yate Azor; / sólo dijo: ¿Pero aún está vivo ese sinvergüenza?

Desde la casa de los picos, en San Roque / compañeros, amigos y gente de bien, / al amanecer, vieron salir / de la cárcel de Barranco Seco / el cortejo fúnebre, con los restos de Juan. / Calzada Fiol, su abogado, iba lívido, / el obispo Pildain traspuesto, / dudando en su fuero interno, / del poder de Dios. / El juez impertérrito, / como si aquella certificación de muerte / delatara un regocijo interno, / manando de sus vísceras. / Detrás, un manojo de secretas / con pistola al cinto y de paisano / dispuestos a sofocar cualquier altercado popular. / El verdugo desapareció al instante / y los guardias civiles, tambaleantes / con restos de la borrachera / que les dió fuerzas para atestiguar aquel soez asesinato. / El cura que le dio la extremaunción / perdió la cabeza, se volvió loco ese mismo día. / Lo veían diciendo incongruencias por las calles, / con la sotana meada, deshojando una biblia vieja / y los labios ensangrentados, de mordérselos con insistencia.

En el cementerio de Tafira lo enterraron. / El más solitario, el más imprevisto. / El de Las Palmas, estaba abarrotado de policías, / custodiándolo y esperando al pueblo, para actuar. / Germán Pirez y Manolo Padorno / le llevaron las primeras flores al asesinado. / Era un humilde ramo que la familia tenía atado, / para el momento. / La desolación, el dolor y la impotencia, / les impedía acercarse al camposanto. / Una misma sombra negra, amarga y silenciosa / empezó entonces, a cubrir toda la isla.

Aún hoy en los archivos del Ayuntamiento de Telde / hay un magnífico dibujo que lo representa, / pero no ha habido «democracia suficiente» / como para colocarlo en lugar honorable de esa ciudad. / La cobardía, el aguaje de principios y las traiciones, / persisten. La guerra aún no ha acabado.

Yo tenía 5 años y ese día, vino a casa, / un montón de gente, que invadieron el zaguán, / las escaleras, la sala y las galerías de nuestra vivienda. / Tio Fernando sólo repetía con sus ojos desorbitados, / este crimen inmundo, / me va a transformar la vida, para siempre. / Y así fue. / Allí estaban, entre muchos desconocidos, Isidro Miranda, / Agustín Millares, Gaspar Cabrera, Mario Padilla, / Antonio Parrado, Manena Cantero, Gabriel de Armas, / Germán Pirez, Elisa López, Luis Jorge, Carmen Sarmiento, / Manolo Padorno, Encarnación Hernández, José María Llorente… / son algunos de los que recuerdo y reconozco. / Mi padre, esa noche, nos acostó y nos contó, / a Quino y a mi, despacio y a su manera, / el vendaval de terror, que había perforado la isla, ese día.

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