La Provincia - Diario de Las Palmas

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Vislumbres de los nuevos mundos

Tiempos de soledad

El cruce entre la sociedad líquida- en todas sus dimensiones: laboral, económica, personal, emocional, etc- de Zygmunt Bauman, en el que nada permanece y todo cambia en un flujo constante, y el acelerado e impresionante avance de la digitalización-por otra parte, unos de los aspectos que alimentan, a u vez, la modernidad líquida- parece acercarnos a una sociedad de la levedad, de lo efímero. Nada parece suficientemente sólido para perdurar. Las relaciones personales y laborales parecen alojadas en una nube inconsistente y sin corporeidad.

Los contactos personales son cada vez más digitales o virtuales perdiendo algo tan consustancial a la dimensión humana-al menos hasta el momento- como el contacto presencial, la interactuación cara a cara. La soledad, en estos tiempos de la hiperconexión, se nos presenta como uno de los mayores problemas de nuestra sociedad sin que, por el momento, se hayan planteado soluciones a este drama estructural, y, en plena fase de expansión. ¿Cómo es posible que nuestra sociedad no sea capaz de identificar correctamente el problema de la soledad e intente, al menos, reflexionar sobre las causas y sus efectos?.

Con Theresa May como Primera Ministra del Reino Unido se creó una Secretaría de Estado de la Soledad. Fue un paso que ayudó a visibilizar una situación que sufren cada vez más ciudadanos del mundo, sobre todo, según los datos que se van conociendo, en el primer mundo. Pero el problema de la soledad solo puede ser paliado, no resuelto, desde las Administraciones.

Para combatir la soledad que anega de manera creciente nuestros países necesitamos a toda la tribu, a toda la sociedad. Porque las relaciones interpersonales, su ausencia para ser más exactos, no puede ser corregida de manera impositiva, depende de la colaboración voluntaria de la ciudadanía en su conjunto.

La sociedad no tiene que dejar de ser individualista en su acepción positiva, es decir, centrada en el libre desarrollo de la personalidad de cada ciudadano, pero el individualismo debe ser cooperativo con la comunidad y con los otros seres que la componen, y, por lo tanto, no meramente autoreferenciado. El ser humano es un ser eminentemente social que necesita de la interactuación para construirse y prosperar.

La persona aislada se destruye en todas sus dimensiones. Se trataría, cómo dice el poema y la canción, de trabajar por soledades acompañadas. Ese puede ser el enfoque ya que sentirnos solos, en algunos momentos, a lo largo de la vida, es inevitable, pero lo que no es positivo es la imposibilidad de interactuar con otras personas de forma permanente y con profundidad.

Toda esta situación ha venido a agravarse de forma aguda debido a la pandemia que estamos padeciendo y a todas las restricciones sociales que ha implicado. No solo durante el confinamiento, que ha sido devastador en muchos casos, sino en cómo ha afectado a las relaciones interpersonales, desde entonces y de forma duradera, restringiendo de manera muy destacada las interactuaciones y aumentando los problemas de salud mental asociados.

Muchos ciudadanos sufren aún el síndrome de la cabaña, que aquí podríamos rebautizar, de manera metafórica, como el síndrome de la cueva; son muchos los que salen muy difícilmente de sus viviendas y de sus núcleos familiares más restringidos- proceso que se retroalimenta con la crisis económica pareja a la pandemia- manteniendo su conexión con el mundo exterior, principalmente, a través de la televisión, las plataformas audiovisuales o las redes sociales. Las relaciones personales presenciales se han deteriorado y distanciado de manera notoria.

La gran paradoja aparente que vivimos es que, en los tiempos históricos de la globalización, con sus altas dosis de movilidad y conexión, la soledad se extiende cada vez más. Es un problema no resuelto que tenemos que afrontar con un humanismo de nuevo cuño que compatibilice el desarrollo libre de la personalidad de cada ciudadano, con su completa inserción en el seno de la comunidad de referencia. Trabajemos pues para pasar de esta sociedad de la levedad que vivimos a una sociedad de los arraigos.

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