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Tribuna abierta

Un equipo A sin plan B

La actuación del autodenominado equipo A, que se ha atribuido el rescate de los perros amenazados por el volcán de La Palma que iban a ser rescatados, merece ser investigada por la Fiscalía.

Afortunadamente, gracias a la labor preventiva de la ciencia y una perfecta actuación coordinada de las diferentes instituciones involucradas en la gestión de esta crisis, no se ha tenido que lamentar vidas humanas.

Por eso, acciones negligentes como la desarrollada aisladamente por ese grupo merece más un reproche que una felicitación.

La “gesta” de salvar la vida de unos animales, condenados (quizás posiblemente) a perecer por la acción de una colada de lava, es un acto en sí mismo generoso, humanitario y heroico, pero también imprudente e ilegal.

En una tragedia de esta magnitud, no se puede lanzar a la sociedad el mensaje de que nos podemos saltar la Ley a la torera. Máxime cuando una empresa privada de drones, en coordinación con los miembros del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), estaba ultimando una inédita misión de rescate de los podencos.

Habrá quien me tache de inhumano e insensible. Se equivocan. Soy el primero en ponerme en la piel de esos canes, o en el lugar de un dueño desesperado que ve como la lava amenaza engullir a sus fieles compañeros. Sin embargo, aplaudir sin más el gesto es tanto como avalar que cualquier afectado pueda desobedecer a las autoridades, y rebasar la zona de exclusión para (por ejemplo) recuperar sus pertenencias.

Al efectuar el rescate, el equipo A violó los límites que las autoridades establecieron en torno a las zonas de exclusión afectadas por la devastación de un volcán -recordemos- aún tremendamente activo y peligroso. La única manera de acceder al estanque en que estaban los perros, era pasar por encima de alguna de las recientes coladas que rodean ese espacio. Según datos científicos algunas zonas la lava alcanzarían temperaturas de 160ºC. Aunque también había zonas frías que habrían permitido el tránsito humano con equipos adecuados.

¿Valoró ese grupo de personas, que con tan noble propósito arriesgó sus vidas para salvar las de esos pobres animales, el riesgo en que podían poner sus propias vidas? ¿Calibró el riesgo en que comprometían a las fuerzas de seguridad, potenciales rescatadores, si la operación de salvamento de los perros se hubiera complicado? ¿Había un plan B?

Después de más de un mes de erupción ininterrumpida, no deja de sorprenderme la resignación con la que miles de palmeros afrontan el dolor de haberlo perdido todo. Desde sus casas, enseres y objetos personales, hasta sus medio de vida (terrenos de cultivo y plantaciones). Son motivo de orgullo para todos los canarios. Un pueblo históricamente acostumbrado a convivir y lidiar con el fuego de los volcanes, cuyo magnetismo no deja de atraernos y repelernos. No los olvidemos.

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