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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

Valme García, pintora

En ninguna ocasión hemos enmarcado las impresiones de lectura de una obra plástica en circunstancias externas a la propia obra. Sin embargo, a la hora de comentar la creación retrospectiva El silencio quieto (1975-2020) de la pintora Valme García, no podemos evitar encuadrarla en un viaje a un subsuelo tanto mental como físico al que necesariamente hemos de bajar, como es la sala expositiva del CICCA. Si en Dante la bajada a los infiernos es la necesaria metáfora que involucra a toda la Divina Comedia, en el caso de la muestra de Valme es una bajada para encontrarnos con «la gloria colorista» en diversos círculos.

Al llegar al subsuelo de la sala, sorprende desde un principio el estallido de color que impregna los paramentos del recinto y que se formalizan en diversos círculos temáticos que progresan de manera cronológica. Las piezas pictóricas son la incursión en la mente creadora de Valme que obedecen a un orden intelectual y reflexivo que se mantiene en el tiempo y que justifica esta retrospectiva que abarca desde 1975 hasta 2020. El silencio quieto, su epígrafe global, es una sinestesia, figura retórica que con flexibilidad creadora utilizan los artistas ya sean poetas, pintores o músicos. Un ejemplo recurrente es el «viento verde» de Lorca, que como se deduce consiste en aplicar una cualidad no propia al objeto que se simboliza.

Los campos temáticos que aborda la creadora, que avanzan en espiral de manera cronológica, como forma personal que tiene Valme de estructurar el tiempo, son: Figuras (1972); Surrealismo (1977-1980); Jardines (1984-1995); Las islas espacios límite (1992-1993); La tierra es azul como una naranja (1990-1993); Un instante del tiempo (1996); Ámbito (1996-2002); Lunaria (2002); Imago mundi (2005-2009); Arquitectura silente (2020-2021).

Estos campos ofrecen un contenido formal propio, autónomo, con ciertos puentes entre algunos de los mismos, expresados, sobre todo, en una geometría compositiva triangular y en paralepípedos próximos al constructivismo. Cada temática implica un trabajo de investigación de la autora tanto mediante la previa reflexión filosófica sobre su contenido como en el manejo formal de la distribución de colores en el interior del marco que los acoge.

Los jardines y las islas como espacios límite comparten la angulosa triangulación, tanto cerrada en la propia figura como abierta en perfiles celestes del paisaje insular. Es la evocación de los conos volcánicos que configuran gran parte del espacio telúrico de la geología isleña En las piezas referenciadas en las islas, el triángulo es el límite, la cárcel del aislamiento.

En un cuadro creado en 1993 y que es premonición de los días que ahora vivimos, mirando el volcán palmero «Cabeza de vaca», Valme baja al fondo de la tierra, al mismo lugar donde se cuece el magma, y a modo de crónica plástica, como si de un presentimiento se tratara, nos deja un testimonio de su estética. En este sentido, como una variante al respecto, tenemos el placer de disfrutar cada mañana «Nubes subterráneas», una pequeña obra de Manrique en la que el artista lanzaroteño recrea el submundo ígneo que está debajo de nuestras pisadas.

La obra de Valme es un canto a la forma magnificada por el color. Es una forma esquemática, en la que se combina la geometría triangular y la rectangular, creándose un manierismo que le confiere un estilo personal que fundamenta el denominador común en su trayectoria de cincuenta años.

Los temas abordados en su poética pictórica hacen guiños a una realidad paisajística y doméstica sin caer en referencias concretas ni enfatizar el entorno. Sólo en «Ámbito», el paisaje isleño es traído al cuadro en fragmentos objetuales como la palmera, el mar o la costa para justificar el contenido isleño. Y en «Imago mundi», que recoge la figura del dromedario y muestras de fauna acuática y vegetal, la reiteración de la diminuta figura crea un cinetismo de color que deja en segundo plano la anécdota representada.

Creemos que a partir de esta exposición, con materiales bien definidos, la propia autora podría elaborar un breve ensayo que desarrolle el maridaje «Color y filosofía», partiendo de las reflexiones previas a la realización de cada obra. Hay piezas con factura figurativa del ente representado. Pero el color va más allá ya que se proyecta y derrama en el fondo del soporte, donde la tabla pintada forma parte esencial del producto plástico.

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