La Provincia - Diario de Las Palmas

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Emilio Vicente Matéu

El padre Claret, compatrono con la Virgen del Pino

La visita del padre Claret a Gran Canaria y Lanzarote entre marzo de 1848 y mayo de 1849, supuso un ciclón social y religioso de tal envergadura, que bien merecería un estudio sociológico sobre las causas que motivación la convulsión que se originó en la población y en las instituciones, más allá de los relatos que han llegado a nosotros con frecuencia detenidos en lo anecdótico; una convulsión que afectó en ambas direcciones, porque también el padre Claret, persona poco dada a dejar entrever sus propias emociones y sentimientos, no pudo evitar que se le escapara aquello de «estos canarios me han robado el corazón».

Desde su regreso a la Península nunca fue olvidado, renovándose su recuerdo cuando iba de paso hacia Cuba, recién nombrado arzobispo, aunque el barco que lo transportaba no pudiera atracar en puerto por el estado de la mar, quedando frustradas las expectativas de la multitud que lo esperaba en el muelle de San Telmo. Pero sobre todo, ese recuerdo y veneración se incrementaron de manera más intensa en los momentos significativos de su reconocimiento, como fueron la beatificación en febrero de 1934, y la canonización el siete mayo de 1950, de cuyo hecho se hizo eco el NODO de la época; y en esa ocasión se organizaron por toda la isla diversos eventos celebrativos que tuvieron amplísima repercusión hasta en los rincones más recónditos de nuestra provincia.

Fue entonces cuando comenzó a plantearse la posibilidad de reconocer a San Antonio Mª Claret como compatrono de la Diócesis Canariense (provincia de Las Palmas) juntamente con la Virgen del Pino. Y quizás la primera iniciativa se debiera a Don Joaquín Artiles quien lanzó una emotiva proclama en la prensa de la época, al proponer «honrar la figura del padre Claret, concediéndole, al lado de la gran Señora del Pino, el título preclaro de Compatrono de Canarias».

El claretiano padre Francisco Rodríguez, a quien el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria dedicaría una calle en el risco de San Nicolás, recogió la iniciativa y, con la autorización y el beneplácito del obispo Don Antonio Pildain, envió una amplia y entusiasta circular a todas las parroquias de la diócesis y a todos los ayuntamientos, en la que relataba los méritos y las razones que sustentaban la petición que habría de elevarse ante la Santa Sede, y que termina: «Razones son estas que no dudamos moverán a ud. a sumarse a la petición de Compatronazgo de San Antonio Mª Claret, nuestro apóstol, en unión de Nuestra Señora del Pino, para la Diócesis de Canarias».

Las respuestas no se hicieron esperar. El Cabildo de la catedral se adhirió a la solicitud con suma complacencia, al igual que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en sesión de 23 de febrero de 1951 donde se acordó por unanimidad sumarse a la petición, aprovechando para dejar patente como motivación principal la «intensa y fecunda labor de apostolado… la aureola de santidad que rodeaba todas las acciones del padre Claret, confirmada plenamente por el papa…», tal como firma en su comunicado el alcalde Don Manuel Alvarado.

Y poco a poco la petición se fue convirtiendo en un clamor popular expresado en todas las parroquias y corporaciones municipales, con escritos, acuerdos y comunicados cuya adhesión manifiesta admiración, amor y respeto hacia el Padrito. Resulta emotivo, por traer un ejemplo, el escrito de Don José Rodríguez, párroco de Tejeda y de La Solana: «Personalmente yo aprendí de mi padre la admiración y devoción por el santo, puesto que lo conoció en la isla de Cuba, y de mi madre, que tenía cinco años cuando vino el Padre Claret a Tejeda».

La campaña fue coronada por el Sr. Obispo Don Antonio Pildain, quien elevó la petición ante la Santa Sede, y tras los trámites formales fue respondida positivamente por el papa Pío XII el día 13 de abril de 1951, recibiéndose en nuestra diócesis en octubre de 1951, por lo que en estos días se cumple su setenta aniversario: «El Santo Padre benignamente se dignó constituir y declarar celestial Compatrono ante Dios, de toda la Diócesis Canariense, a San Antonio Mª Claret, con todos los derechos y privilegios de que gozan los patronos de pueblos…».

En mayo de 1952 se organizaron los fastos que celebraban la canonización del padre Claret, así como su declaración como compatrono. Posiblemente aún recuerden muchos la llamativa procesión -romería– cabalgata religiosa que se organizó para el traslado de la imagen desde la iglesia de Los Arenales hasta la catedral, con carácter multitudinario, así como los encendidos panegíricos de los oradores durante los tres días de celebraciones religiosas, destacando por su brillantez el pronunciado por Don Juan Alonso Vega, magistral de Canarias y rector del seminario. Los actos concluyeron el día 13 de mayo con la participación del Sr. Obispo Don Antonio Pildain leyendo el documento pontificio sobre el compatronazgo del padre Claret: «Hacemos, establecemos y proclamamos a San Antonio María Claret, obispo y confesor, celestial compatrono de la diócesis de Canarias juntamente con Nuestra Señora del Pino, con todos los honores y privilegios litúrgicos que corresponden a los patronos principales de las diócesis».

La amplia catedral, totalmente abarrotada de fieles y autoridades, explotó en aplausos, lágrimas emocionadas, vivas clamorosos; hubo repicar de campanas en la catedral y en todas las parroquias, e incluso, como pequeña curiosidad, se produjo un acuerdo del Cabildo catedralicio que celebraría tal evento con «la distribución extraordinaria de veinticinco pesetas por cada Capitular, y lo que corresponda en proporción a cada Beneficiado».

Esta es, a grandes rasgos, la historia de hace setenta años, que fue profusamente historiada por el claretiano padre Federico Gutiérrez. Pero hoy nos preguntamos qué significan para nosotros, ciudadanos canarios de estos tiempos, unos hechos, unas declaraciones, unos títulos honoríficos que tanto supusieron para nuestra sociedad de entonces, y que se nos han legado en el tiempo.

Personalmente no me cabe duda de que los valores sociales, religiosos y culturales que constituyen ese legado histórico, configuran una parte esencial de cuanto nos define como pueblo, mucho más allá de determinadas manifestaciones festivas a las que somos tan dados. Y en el caso que nos ocupa, a alguien corresponderá mantener vivo el legado claretiano que tanto convulsionó antaño a nuestras gentes, aún muy cercanas a nosotros en el tiempo, y aprovechar las fechas conmemorativas para que actúen como estimulante de nuestra memoria, como conciencia colectiva, y como catarsis que nos permita progresar con toda la hondura que precisa el ser humano.

A veces nos empeñamos, como no podría ser menos, en defender nuestras señas de identidad, pero no siempre nos percatamos de que esas señas apuntan también a una dimensión interior de la persona, que acostumbra a pasar demasiado desapercibida en el ritmo frenético de nuestra vida actual.

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