Para 2060 me doy por muerto pero aún habrá en el planeta gente a la que quiero, por la que me preocupo y cuyo destino ahora vale quince monedas.
Quince líderes del G20, que tienen el 80% del producto interior bruto del planeta y producen un 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se reunieron en Roma en una cumbre que acabó con el compromiso de estar dispuestos a hacer esfuerzos para contener el calentamiento global 1,5 grados por encima del nivel que había antes de la revolución industrial el tren que nos ha traído hasta aquí y que o frena o descarrila.
Frente a esa cumbre hay otra, la COP26 de Glasgow, organizada por Naciones Unidas, que han definido globalmente como «el último intento de salvar el planeta». Antes de empezar, los montañeros del clima han visto que el compromiso de los más poderosos no es muy firme y, si son racionalistas, les habrá entrado el pánico al ver que 15 de los 20G, como si fueran 15 ges, se han puesto de espaldas a la fontana de Trevi y han arrojado por encima de su hombro una moneda con un deseo que cumplir.
Siempre he desconfiado del acto supersticioso (no sólo por supersticioso) de tirar una moneda a una fuente.
-Para que volvamos algún día.
Para volver algún día no tires un céntimo, empieza a ahorrar. La fuente, quizá la mayor hucha artística húmeda del mundo, recauda 3.000 euros al día.
-Para que me quiera (él, ella, ello).
¿Por una moneda? No suele pasar.
-Para casarme.
Puede salirte muy cara esa moneda.
Cuando las personas que tienen el 80% del poder mundial de salvar o aniquilar este planeta, que tienen capacidad para volver a donde quieran cuando quieran, que suelen conseguir que les quieran las ellas y los ellos por millones, salen de decidir sobre el futuro del clima y acaban tirando una moneda a una fuente para que se cumpla un deseo o no hay un último intento de salvar el planeta o no es verdad que sea el último.
