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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Qué más queréis saber sobre John Kennedy

Joe Biden aplaza la salida a la luz de nuevos documentos sobre el asesinato de John Kennedy, porque esa divulgación no debe pecar de «apresurada». Dado que el asesinato tuvo lugar el inolvidable 22 de noviembre de 1963, el magnicidio de Dallas se sitúa como el último acontecimiento que cabalga a ritmo prehistórico en la era de la instantaneidad. La audiencia deberá conformarse con otra aproximación filmada y firmada por Oliver Stone, a falta de preguntarse con sensación de hartazgo qué más queréis saber sobre JFK.

«Todo el mundo parece recordar con gran claridad qué estaba haciendo el 22 de noviembre de 1963, en el preciso instante en que escuchó que el presidente Kennedy había muerto». El inicio histórico de la sensacional novela Odessa de Frederick Forsyth se corregiría hoy en que «Todo el mundo preferiría no saber nada más sobre el asesinato de JFK, y olvidar la mayor parte de la información inútil que ha acumulado». Y puesto que las dudas se extienden a la identidad del autor de los tres disparos asesinos, porque se pone en duda la pericia del exmarine Lee Harvey Oswald, debemos agradecer que Abraham Zapruder filmara el magnicidio. De lo contrario, se discutiría la muerte y se apuntaría a que el presidente se escondió en una isla caribeña con varias docenas de amantes.

Claro que Zapruder tenía origen ruso, y era por tanto un posible antecesor de los moscovitas que pactaron con Puigdemont. La teoría de la conspiración sobre la muerte de Kennedy es la más grandiosa jamás orquestada cuando, por tratarse del cuarto presidente asesinado en el ejercicio de sus poderes, cabe hablar en propiedad de un avatar profesional. Por fortuna, los documentos que se van liberando están profundamente redacted o tachados, con lo cual se limitan los daños. Es demasiado fácil pronosticar si el secreto vigente será más longevo que el presidente que lo ha decretado por lo que, en defensa del sigilo, el aumento de la información disponible oscurece la verdad.

El consenso sobre un suceso es previo a la documentación abrumadora, y en el magnicidio de Dallas se ha optado por la simplicidad y por la simpleza. La revisión histórica siempre es revolucionaria, por eso Éric Zemmour quiere desenterrar el caso Dreyfus para inculpar por traición al capitán judío, siglo y medio después. Ha llegado el momento de conceder el reposo eterno a los carroñeros del cadáver presidencial más famoso de todos los tiempos. Kennedy ha muerto. Imitadores como Pierre Eliot Trudeau o Giscard d’Estaing también han fallecido. El asesinato de Dallas equivale a un deicidio, porque ninguno de los estadistas contemporáneos puede igualar la magia carismática del católico bostoniano. El resto es papeleo.

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