La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

El apagón

Cuaja la impresión de que tras la pandemia cualquier cosa puede ocurrir en el mundo. Pulula como un fardo pesado la idea de que la seguridad del pasado ya no nos sirve para afianzarnos en la tranquilidad. Todo lo contrario: la creencia de progreso sostenido en el tiempo ha entrado en crisis, y la sociedad vigila a ver qué está por llegar. La covid surgió en sus inicios entre la incredulidad de los que -una gran mayoría- ponían en cuestión de que un virus fuese capaz de paralizar el planeta en el siglo XXI. Resultó ser una cura de humildad frente a los que daban por imposible el fenómeno de un contagio masivo en una era de grandes avances científicos. Paradójicamente, fueron esos propios adelantos los que en forma de vacuna lograron doblar la curva de casos. Un éxito, por otra parte, que no ha fomentado la soberbia, sino más bien ha puesto en evidencia la debilidad de la investigación para prever la pandemia, así como la vulnerabilidad de los países -en el plano jurídico y logístico- para hacer frente a emergencias, catástrofes y colapsos.

La conexión entre ciudadanía e inseguridad crea un malestar que no sólo afecta a las inversiones económicas. sino que suele provocar situaciones convulsas regidas por la psicosis, el mimetismo y la manipulación. Estos días ha bastado con que el Gobierno austríaco advirtiese de un apagón general por falta de abastecimiento energético. De rebote, en España se agotan en las ferreterías las cocinillas de gas o un modelo asiático de pequeña placa solar, todo ello sin argumentos fundados sobre la eventualidad. Para estos compradores espoleados por la alarma hay una explicación: «Ocurrió algo parecido con la covid, nadie se lo creía y mira lo que sucedió al final».

Economistas y analistas de política exterior no se cansan de repetir que la situación de Austria no tiene nada que ver con la de España, donde por fortuna hay puertos para abastecernos del gas procedente de Argelia. La información se diluye, no es útil. Para colmo, un partido como Vox -el gusto de la ultraderecha por desestabilizar- pregunta al Gobierno en el Congreso de los Diputados si los servicios de inteligencia del país contemplan entre las amenazas un apagón energético.

La flojedad de una sociedad que acaba de salir de una pandemia es el caldo de cultivo ideal para los estrategas de la desinformación. Redes sociales y programas de televisión finmundistas desarrollan sin complejo teorías de las más estrambóticas para ahondar en el fin del mundo. Inventivas que siempre han existido, aunque situadas en el ámbito cerrado y milagrero de las sectas. La emersión inabarcable de la conectividad de los datos, sin freno a la accesibilidad para emisores y receptores, no sólo ha expandido las famosas fakes, sino que también ha logrado un paraíso para los que intoxican desde las emociones. Jugar con un apagón tras la calamidad de una pandemia es aprovecharse del miedo después de meses de incertidumbre.

Resulta obvio que una caída de un sistema energético puede darse por avería o por el imprevisto de un desabastecimiento por los efectos de un conflicto internacional, como también lo es que lo que ocurra en un estado no tiene que suceder en otro a la fuerza. Pero nada de esto tiene que ver con intoxicar con el apagón para provocar cambios de tendencias en el consumo, tensionar el sistema productivo y erosionar la estabilidad política.

Compartir el artículo

stats