La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Cruz Ruiz

Testigo de calle

Juan Cruz Ruiz

El terror seca la boca en Nicaragua

Ahora, hoy mismo, se celebran (¿se celebran?) elecciones con las que el dictador Ortega de Nicaragua consolidará su poder en aquel país que ahora, como la España de la guerra civil y de su triste posguerra, expulsa a sus ciudadanos de un territorio que un día, como escribió Julio Cortázar, fue «violentamente dulce».

Quién sabe qué adjetivo le vendría bien al autor de Rayuela para calificar andanzas y destinos de aquella revolución truncada por la evolución errática y ruin de quien no soportó que la democracia cambiara de rumbo su mando, se enfrentara a Violeta Chamorro, que le ganó las primeras elecciones democráticas en su pueblo, e instaurara luego un régimen de venganza que expulsó de su lado a quienes fueron sus compañeros de lucha sandinista e incluso sus amigos más próximos. Entre ellos, a los que lo libraron de la persecución o la cárcel. Alguno de estos fue asesinado según su acuerdo.

Ahora, por razones espurias que contradicen cualquier regla democrática, ha encarcelado a más de treinta de sus oponentes, que pretendían disputarle su poder errático, y a otros los ha mandado al exilio. Entre estos últimos están dos de los más importantes escritores nicaragüenses, Sergio Ramírez y Gioconda Belli, ambos perseguidos desde antiguo y ahora peligrosamente acechados por un régimen que alterna la bravata revolucionaria (la revolución triste que, como una pavesa, alumbra la decadencia del país) con la utilización de la religión como superstición y conjuro.

Los escritores no son bienvenidos; es más, son malditos porque manejan la razón y hacen un uso civil de la melancolía. Estos dos citados, que han decidido exiliarse en España, han dicho donde han podido ser oídos que no están dispuestos a regresar para ser sometidos a una ley marcial que no tolera que nadie la contradiga. Belli decía hace unos días, con la sonrisa con la que siempre afrontó la adversidad y también la alegría, que este Gobierno de Daniel Ortega y de su mujer, la superchera Rosario Murillo, es aún más cruel que la del dictador Anastasio Somoza.

Somoza atacó a jóvenes sandinistas en los últimos suspiros agonizantes de su horrible régimen y causó en esa batida más de trescientos muertos. Líderes que acompañaron a Ortega en aquella lucha y en la liberación de Nicaragua borraron al país de semejante sátrapa. Al mando del Gobierno que siguió estuvieron, como presidente y como vicepresidente, el propio Ortega y Sergio Ramírez. El creciente desapego de ambos dio de sí, en 1999, un hermoso libro de Ramírez, Adiós muchachos, que era una despedida sosegada y triste de lo que fue una relación que terminó con amargura. No había ahí ni rencor ni venganza: era como una sesión de jazz al borde de un barco del que él ya había sido expulsado. Una despedida con todas las consecuencias, de abrazo y llanto y extrañeza.

Tantos años después, cuando ya había alcanzado diversos galardones, entre ellos el Premio Cervantes, y había publicados libros, había hecho viajes, y ya no era, no lo fue desde que se despidió, un militante de ninguna trinchera sino de la trinchera de la libertad de su pueblo, el Gobierno de Ortega dictó su captura… porque había publicado un libro. Ese libro prolonga el ciclo del que hablaba Gioconda Belli hace unos días contando hasta qué punto la dictadura de Ortega supera en crueldad incluso a la de su antecesor en la lista dictatorial de América Latina, la que representó Anastasio Somoza. Este mandó a matar a jóvenes sandinistas, y lo propio hizo Ortega en 2018, cuando fue masacrado un grupo de muchachos (más de trescientos, también) de la manera más cruel por el siguiente sátrapa de Nicaragua.

Esa matanza crudelísima (se negó la atención hospitalaria a los supervivientes, se les persiguió con saña) debía tener su historia, puesto que nada de lo que sucede en su país le es ajeno, así que Sergio Ramírez decidió escribir lo que sucedió en las calles de Managua cuando la bestia herida que lleva dentro de su alma Daniel Ortega reprimió a sus jóvenes conciudadanos. Se sirvió Ramírez de un personaje con el que aborda sus relatos policiales, Dolores Morales (Dolores no es sólo un nombre de mujer en Nicaragua). Y su novela se llama Tongolele no sabía bailar (Alfaguara). Como ahí está descrita aquella satrapía, se le ocurrió a Ortega que tenía que secuestrar el libro, que ahora se lee por montones en Nicaragua, como ocurre cuando las dictaduras prohíben obras literarias o artísticas que el que manda exige que se rompan o se quemen.

La decisión de perseguir a Sergio Ramírez por parte del que había sido su compañero y presidente dio la vuelta al mundo, por el significado del premio Cervantes en la sociedad de la que proviene en el mundo hispanoamericano, de modo que hubo movimientos de solidaridad que constituyen también un grito de paz contra esta guerra contra el sentido común que ya reina desde hace tiempo en Nicaragua. En España, por ejemplo, ha recibido homenajes, a alguno de los cuales acudió Gioconda Belli; él pasó por un calvario de salud, seguramente acuciado por la nada sorprendente virulencia del régimen que combate, tuvo que suspender actividades que lo iban a llevar, con su literatura, por toda Europa, y exhausto hubo de parar y quedarse por un tiempo, y quién sabe por cuánto tiempo, en España, como exiliado. Lo mismo ha hecho Gioconda Belli, y lo mismo estarán haciendo quienes no comprenden, ni toleran, esta triste historia de represión, de carnaval y de silencio.

El carnaval se ha visto ahora en un impresionante documental de La Dos de Televisión Española, que es ahora una de las mejores emisoras de televisión en España. Ahí se vio a la pareja presidencial conjurando la alegría de Nicaragua, haciéndola violentamente triste con su egocentrismo patético y ruin, conjurando la pasión por la vida de los nicaragüenses a los que obligan a un silencio que produce la angustia de las lágrimas civiles que ahora se derraman sin remedio.

Antes de la violenta y cruel matanza de 2018 estuve en Managua. Íbamos un muchacho gallego y este cronista en busca de agua fresca en un supermercado de la ciudad. Mientras me hablaba de la compra, el joven me habló de esa mercancía, el agua, en voz baja y al oído. ¿Por qué me hablas con tanto sigilo? «Porque aquí hasta cuando dices agua pareces un subversivo». Yo mismo le respondí en voz baja. El terror seca la boca en Nicaragua.

Compartir el artículo

stats