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Manolo Ojeda

Cartas a Gregorio

Manolo Ojeda

Cien mil millones

Querido amigo; érase un señor prejubilado y algo chapado a la antigua, de los de traje gris marengo, corbata a tono y camisa a rayas, que vivía en un populoso barrio de la ciudad.

Con aspecto intelectual y poco dado a relaciones estables, era nuestro hombre de los que se dice son solteros de nacimiento. Así que, acostumbrado a una vida sin sobresaltos, se las apañaba en un primer piso con un dormitorio y la ayuda de una asistenta que venía una vez a la semana a cocinar y a hacer la limpieza de la casa.

Pero resulta que un buen día se encontró con la sorpresa de que habían abierto uno de los llamados bares de copas en el local que tenía debajo de su vivienda.

Se inauguró a todo trapo con una clientela joven y bulliciosa que no paraba de hablar a gritos y de reírse a carcajadas hasta altas horas de la madrugada. Al principio pensó que solo se trataba de una fiesta de inauguración algo estentórea, pero la jarana pasó a ser diaria con música a toda pastilla y sin parar de lunes a lunes.

Viendo que aquello se subía de tono, decidió presentarse en la planta baja a hablar con el dueño del negocio, que resultó ser una persona amable y dialogante que decía haber invertido todo lo que tenía en aquel negocio, pero que también entendía los argumentos de su vecino.

Total, que, entre propuestas de aislamiento del local y otras medidas de insonorización, llegaron al acuerdo de que el perjudicado recibiera un porcentaje de las ganancias del bar a cambio de aguantar cierta cantidad de decibelios extra.

La cosa funcionó tan bien que era allí donde se tomaban las copas juntos, así que nuestro personaje repitió la operación con un apartamento que tenía cerca de la playa junto al que habían instalado un taller de reparaciones de coches que, a base de acelerones, llenaban de humo su habitación. Pero, como quiera que no era quisquilloso y que solamente solía a ir a la playa algún que otro fin de semana, llegó a un acuerdo con los del taller para que le pasaran un dinerito cada mes. Finalmente, el buen señor murió rico a los setenta años, casi sordo y de cáncer de pulmón.

Esto es, amigo Gregorio, lo mismo que va a pasar después de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebra estos días en Glasgow, solo que los habitantes de los países pobres morirán siendo pobres y los de la COP26 habrán hecho ricos a los intermediarios de esos países con los cien mil millones de euros anuales que vamos a pagar entre todos.

Decirte también, Gregorio, que no somos los seres humanos los que vamos a acabar con el planeta, sino que es el planeta el que acabará con nosotros, por la osadía de atentar contra su equilibrio.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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