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Manuel Ángel Santana Turégano

Economía y felicidad

Si bien en inglés se distingue entre Economy (la realidad) y Economics (una perspectiva para el análisis de esa realidad) en español no solo usamos el mismo término para referirnos a ambos conceptos, sino que, tras décadas de dominio de la visión neoliberal de la economía, y de enseñanza de la misma como asignatura casi obligatoria en la educación secundaria, el término ‘economía’ se ha convertido prácticamente en sinónimo de una ideología que plantea que la competencia (o la competitividad) ha de ser el principio que organice la vida social.

La idea de que en la lucha por la vida solo sobreviven los más aptos fue formulada originariamente por Herbert Spencer, filósofo social del XIX y editor de The Economist, suele utilizarse en la actualidad para defender que la competencia es natural en la vida social humana. Sin embargo, como nos recuerdan los avances recientes en Psicología y Antropología evolutiva, lo cierto es que la especie homo sapiens ha llegado a donde está ahora gracias a la cooperación, no a la competencia. Ciertamente, como especie competimos con otras (hemos exterminado a unas cuantas). Ciertamente, algunos grupos de homo sapiens compiten con otros y unos cuantos grupos de humanos han sido exterminados por otros humanos. Pero a nivel individual ningún espécimen de homo sapiens es capaz de sobrevivir si no es gracias al apoyo de un grupo, de la sociedad. El que los humanos, al igual que nuestros primos los monos, que seamos animales sociales quiere decir, entre otras cuestiones, justamente eso.

¿Por qué se dice que la competitividad es el principio que tenemos que utilizar para organizar toda nuestra vida social y económica? Se está confundiendo ser competentes con ser competitivos. Ser competente quiere decir hacer lo que haces de manera correcta. Si te dedicas a hacer zapatos, que quienes usen tus zapatos no se mojen los pies al pisar un charco. Si eres recolectora en una sociedad de cazadores recolectores, ser competente en tu trabajo quiere decir que recolectes setas y bayas que sean nutritivas, no venenosas. Y si eres camarero, mecánico, hotelero o profesor de universidad, ser competente en tu trabajo será lo que quiera que sea hacer bien ese trabajo. Por el contrario, ser competitivo quiere decir que haces algo mejor que el vecino. Puede ser que tú y tu vecino lo hagan mal, pero tú lo haces un poco menos mal.

A menudo la competitividad nos lleva a hacer cosas que en realidad no queríamos hacer, tan sólo por imitar o diferenciarnos del vecino.

A nivel individual la competitividad es un camino que acaba llevando casi siempre a la infelicidad. Si lo que te preocupa, más que tener suficientes recursos para vivir bien, es ser el que más caza o recolecta, siempre llegará un día en que alguien lo hará mejor que tú, y si en eso basas tu felicidad te sentirás infeliz. Y, sin embargo, desde los ránquines universitarios a las clasificaciones de destinos turísticos según su ‘índice de competitividad’, pasando por la obsesión con el PIB, seguimos intentando gestionar las sociedades en base a la idea de que la competitividad es buena.

Desde que se ‘inventó’ el instrumento, hace más de medio siglo, parece que en las sociedades occidentales hemos asumido que el crecimiento del PIB, es decir, de la ‘economía’, ha de ser el principio que ha de orientar nuestra vida colectiva, es decir, la política. Y si eso genera infelicidad, lo cierto es que desde el punto de vista del PIB es una buena noticia: surgirán coachs, terapeutas y otros profesionales que cobrarán por sus servicios y así contribuirán a elevar el PIB. Hace ya mucho tiempo que muchas voces plantean que los indicadores que habitualmente se usan, como el PIB, no son adecuados para medir la economía, que recordemos que, etimológicamente, no es otra cosa que la buena gestión de nuestra casa común (del griego: eco, casa; nomía, normas).

¿Qué podríamos hacer para que la economía no genere tanta infelicidad? A nivel de las realidades es obvio que desarrollar una economía que permita a las personas llevar vidas dignas y acordes con sus valores puede ayudar a que haya menos infelicidad. A nivel ideológico también parece obvio que desarrollar otras formas de entender la economía que no transmitan la idea de que lo que cada quien ha de hacer es competir con todos los demás para ser el ganador puede ayudar a que haya menos infelicidad. Y es que, aunque transmitir la idea de que debemos esforzarnos en ganar parece crear un mundo en el que, pese a que quienes pierden se sienten infelices (y por ello se siguen esforzando), creemos que al menos quienes ganan son felices, recordemos lo que nos decía el culebrón: los ricos también lloran. Quizá porque cuando se hacen ricos al compararse miran con envidia la vida de los pobres. Hace ya algunos años se hizo viral la noticia de que Bután era el país más feliz del mundo. A mí me da que pensar. Claro que yo soy de aquellos que piensan que, en la vida, en vez de limitarse a competir, también hay que pensar.

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