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Xavier Carmaniu Mainadé

entender + CON LA HISTORIA

Xavier Carmaniu Mainadé

150 años del «¿doctor Livingstone, supongo?»

Era el 10 de noviembre de 1871 cuando, a orillas del lago Tanganika, un hombre se acercó a otro para preguntarle: «Doctor Livingstone, I presume?», a lo que el interpelado respondió: «Sí, y estoy agradecido de poder estar aquí para darle la bienvenida». El periodista Henry Stanley por fin había encontrado al médico David Livingstone, de quien se había perdido la pista en 1865. Y si fue localizado fue gracias a un encargo periodístico.

En aquellos momentos, Livingstone era un personaje conocido tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos. Nacido en Escocia en 1813, era hijo de una familia obrera muy humilde. A los 10 años ya trabajaba 12 horas diarias en una fábrica de algodón. Eran muy creyentes y su padre le obligaba a leer libros de teología y biografías de misioneros. Pero él también estaba interesado en las ciencias naturales. Gracias a muchos esfuerzos, pudo estudiar la carrera de Medicina en Glasgow. Sin embargo, nunca abandonó la fe ni la vocación de convertirse en misionero que tenía desde pequeño. Su idea inicial era ir a China, pero las llamadas guerras del opio lo impidieron. Finalmente, en 1841, se marchó a África, donde exploró el desierto de Kalahari y cruzó el continente desde el Atlántico hasta el Índico. Gracias a estas proezas se convirtió en toda una celebridad en su país, y el Gobierno colaboró económicamente con algunas de las múltiples expediciones que realizó a partir de entonces.

Entre sus descubrimientos cabe destacar que fue el primer europeo en llegar al río Zambeze y a las cataratas Victoria (bautizadas con ese nombre en honor de la reina de Inglaterra). Ahora bien, todo aquello no era fácil. Las condiciones eran muy duras y los exploradores británicos estaban poco preparados para situaciones extremas. En una de las campañas murió casi toda la expedición por culpa de la disentería. Entre las víctimas se contaban su hermano y su esposa, que le habían acompañado. Él mismo se vio forzado a volver a casa y la prensa definió la última aventura como un fracaso, pero no desfalleció y en enero de 1866 empezó una nueva aventura en Zanzíbar. Al poner los pies en África se le perdió la pista. Fueron pasando los años y nadie tenía noticias del explorador más popular de las islas británicas.

El diario New York Herald vio una buena oportunidad de ganar lectores y mandó a uno de sus reporteros más intrépidos en busca del doctor Livingstone. Era Henry Stanley, un galés que a los 18 años se había marchado a EEUU para ganarse la vida y acabó trabajando de periodista correcaminos. En 1869, después de cubrir la inauguración del canal de Suez y viajar a Jerusalén, se acercó a la India para, desde allí, navegar rumbo a la costa africana a través del océano Índico. A continuación avanzó tierra adentro hasta conseguir localizar al explorador desaparecido. Era fácil identificarlo, porque era la única persona blanca que había en esas tierras. De todo esto hace 150 años.

La conversación fue bastante más larga que un simple saludo, y se hicieron tan amigos que Stanley acompañó al médico a investigar el norte de Tanganika. Luego el periodista intentó convencerle para que volviera con él a Europa, pero Livingstone prefirió quedarse. Más tarde se supo que durante esos años desaparecido tuvo que superar todo tipo de adversidades, e incluso contrajo el cólera. Se sentía viejo y cansado. Sabía que su cuerpo no aguantaría una nueva travesía tan larga. Poco después, en 1873, murió por culpa de la malaria. Tenía 60 años. Sus restos fueron enviados a Londres para recibir sepultura en Westminster, el lugar reservado a las grandes personalidades británicas. Antes, cumpliendo una de sus últimas voluntades, extrajeron el corazón del cadáver para enterrarlo a los pies de un árbol.

En cuanto a Stanley, siguió su carrera de periodista y aventurero cargada de sombras, entre otras cosas por su colaboración con el rey Leopoldo de Bélgica en la colonización del Congo.

colonias

La fiebre exploradora del siglo XIX

Con la excusa de las investigaciones científicas y las misiones religiosas, las grandes potencias europeas utilizaron la fiebre exploradora del siglo XIX para ampliar sus dominios y poner en pie sus imperios coloniales. Los países entraron en una feroz competencia, acompañada de una carrera armamentista que acabó derivando en la Primera Guerra Mundial.

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