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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

En universos paralelos

Para el historiador John Lukacs, el hecho más característico del siglo XX fue el lento pero inexorable avance hacia una realidad abstracta y virtual, exenta de las servidumbres de la carne. El patrón oro fue sustituido por el dinero fíat. La radio, la televisión, los teléfonos e Internet se convirtieron en el modo más habitual de información y de comunicación. La mirada ideológica fue desplazando el juicio sereno. La ciencia ficción, al igual que los superhéroes de los cómics, poblaron nuestro imaginario. Las tarjetas bancarias de crédito y débito hicieron invisible el dinero. Más tarde, ya entrado el siglo XXI, llegaron las criptomonedas –Bitcoin, Ethereum–, desligadas de la protección de cualquier banco central. Un universo paralelo empezó a emerger con la aparición de Internet, primero, y de las redes sociales, poco después. El ensayista y político portugués Bruno Maçães sostiene con buenos argumentos que Twitter es el primer experimento real con un metaverso: un espacio artificial dotado de vida y de reglas propias que incide directamente sobre nuestras vidas. ¿Sucederá lo mismo con la gran apuesta de Mark Zuckerberg: un metaverso llamado a sustituir a Facebook en el medio plazo? Seguramente. ¿Y cuáles serán sus implicaciones? Enormes.

Para Maçães cabe esperar que, en unos pocos años, antes de que finalice esta década, se habrá consolidado un nuevo universo con sus estadios deportivos, centros comerciales, hoteles, templos, medios de comunicación y ágoras públicas. También, lógicamente, será un lugar de enfrentamiento y de intoxicación política, como ya lo es Internet, sólo que en mayor medida, de acuerdo con los nuevos poderes que adquiera el metaverso. Consciente de sus peligrosas implicaciones para la tecnopolítica, China se apresta a vigilar el desarrollo de esta herramienta llamada a revolucionar Internet. Maçães sugiere en su canal de Substack –y apoyándose en fuentes chinas– que el metaverso será extraordinariamente relevante en segmentos clave de la innovación tecnológica, por el impacto que va a ejercer sobre los actuales formatos de comercio electrónico y por integrar las necesidades de los mundos virtual y físico. Desde otra perspectiva, quizás el movimiento de Facebook pudiera compararse al que realizó Microsoft al lanzar, hace años ya, su conocido sistema operativo Windows.

Mirando hacia el interior, cabe preguntarse qué tiene que decir Europa sobre todo eso. En pocas palabras, nada. De camino hacia la irrelevancia, los debates aquí son otros, incluso en los países que no han caído en las redes ideológicas del populismo, como es nuestro caso. Quizás, en efecto, nos hallamos ante una nueva aceleración del salto tecnológico (de los tratamientos basados en el ARN mensajero a la conquista de Marte; de la sustitución de los combustibles fósiles al surgimiento de universos paralelos, que abrirán de nuevos abismos entre los diferentes países). Hace apenas cien años, Europa lideraba la ciencia y la investigación a nivel mundial. Tras la experiencia de dos guerras mundiales y la catástrofe de los totalitarismos, poco –o muy poco– queda de todo ello. Ni siquiera las décadas doradas de la posguerra lograron revertir esta tendencia. Envejecidos y empequeñecidos, exportamos nuestro talento hacia el este y el oeste. Llegamos tarde a las revoluciones. Y llegamos mal.

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